El portavoz

Decía, creo, Pompidou que la política son sus portavoces; ellos son quienes ejercen de intérpretes, o de espejos deformantes, entre la realidad aprobada por los ejecutivos y la versión transmitida a los consumidores o ciudadanos. De la calidad de los portavoces puede inferirse la de la política, en cualquier sentido de la palabra ‘política’, que quienes de verdad mandan pretenden poner en marcha.

Traducir, en ocasiones, equivale a escribir el original, ya se sabe. Y, cuánto siento tener que decirlo, los portavoces que tenemos en este país nuestro producen ocasionalmente tanto bochorno que cabe preguntarse si quienes los eligieron para tal función estaban ese día en sus cabales. O si los querían colocar, cual bufones de la Corte, de pararrayos de los de errores que cometen ‘los de arriba’.

Tome usted, por ejemplo, el caso de don Pablo Echenique, el portavoz ‘morado’ en el Congreso, ese que nos ha hablado de los ’machotes’ que, dice, torpedean con pegas legales los dictados de las masas: ese señor no debería seguir ni cinco minutos en el cargo. O el caso de Cayetana Álvarez de Toledo, del grupo Popular, que cada vez que abre la boca sube el pan, según el dicho popular: está en la permanente confrontación y pretende imponer su voz a la del propio presidente de su organización. O el de Adriana Lastra, la portavoz(a) del grupo parlamentario socialista y verdadera ‘número dos’ de su partido, incapaz de otra cosa que de repetir miméticamente los eslóganes que le dictan sus ‘mayores’, temerosa de meter la pata en cuanto añada algo de su cosecha. O el de Inés Arrimadas, empeñada en una batalla no siempre muy elegante por quedarse con el mando único en su mermado partido: ella es portavoz y parte. Y eso, simplemente, no puede ser.

O considere el caso de las portavocías de los nacionalistas y separatistas, tan sectarias, tan lejanas del pueblo. O los de algunos ministerios, instituciones o grandes empresas, que ocasionalmente producen vergüenza ajena, de tanta escasez de ideas y de propia iniciativa como exhiben. Cuando, en realidad, lo que derrochan no es sino la contradicción en relación con lo que debería ser su cargo: es decir, silencios y evasivas en lugar de explicaciones y comparecencias abiertas.

El Gobierno tuvo como ‘portavoza’ a alguien de probada ineficacia y falta de capacidades para tan complicado cargo, a la que, además, se le acumuló una cartera tan importante como la de Educación. Y debo reconocer que ahora, al menos en parte, se ha corregido algo el tiro con doña María Jesús Montero, a quien, en todo caso, se coloca como mascarón de proa de una nave cuyo rumbo resulta tan difícil de explicar. Porque esa es otra: a veces, al portavoz se le encargan misiones imposibles. Y entonces, la catástrofe.

Al portavoz de nuestros muy poco transparentes partidos políticos lo seleccionan en función de sus fidelidades, no de sus capacidades. Porque cuando esas capacidades superan a las previsibles fidelidades o se le larga con una patada en salva sea la parte o se le encierra en un muro de silencios, entre los cuales se diseñan estrategias maquiavélicas, y entonces se le da el poder casi absoluto, pero no la portavocía de nada, no vaya a ser que entonces brille más que su ‘jefe’..

Deberían, en suma, todos los que pretenden representarnos poner especial énfasis en quiénes son estos hombres y mujeres a los que se coloca para intermediar entre los y las que de verdad deciden y eso que se llama opinión pública. E incluso publicada.

Lo digo porque de pronto aparece en nuestras vidas alguien con iniciativa, conocimientos, frescura y aire de estar diciendo la verdad, como ese médico hasta anteayer casi desconocido llamado Fernando Simón, el portavoz de Sanidad sobre el coronavirus, y actúa como un bálsamo en medio de la tormenta (y menuda tormenta, por cierto, en la que voces alarmistas y desinformadas tratan de sembrar pánicos destructores).

Para nada conozco personalmente a este señor descorbatado, permanentemente despeinado, de voz más bien peleada con las ondas radiofónicas, excepto en mi recuerdo de que ya actuó como un balsámico cuando la crisis del ébola. Pero resulta que transmite credibilidad, esa que les falta a todos los papagayos que hablan en nombre de gobiernos u oposiciones o, a veces, realmente en nombre de nadie más que de sí mismos.

La política, las políticas, en España necesitan muchas cosas. Una de las principales, portavoces (y portavozas) que recuperen la credibilidad de las gentes en sus representantes, que ofrezcan la sensación de estar al servicio de la causa de los ciudadanos, y no exclusivamente al de quienes les pagan por ser como micrófonos sicarios. De estos, y de griteríos ensordecedores y vanos, andamos ya sobrados, la verdad.

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