Acabo de escribir un editorial de urgencia para diariocritico tras ver el primer debate entre los candidatos a las europeas. Esperaba menos, la verdad, aunque el entusiasmo por un auténtico espectáculo político esté lejos de mí. Esto es lo que he escrito:
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Un debate ‘europeo’
Si por ‘europeo’ entendemos civilizado, tranquilo, hasta tolerante –aunque algo tuviera de monólogo para besugos–, el primer debate ante las cámaras de televisión (TVE1) entre los dos principales cabezas de candidaturas para las europeas, Juan Fernando López Aguilar y Jaime Mayor Oreja, fue eso: europeo. Aunque se hablase mucho más de España que de España en Europa y casi nada de Europa. Lástima que algunas apelaciones al franquismo –que aquí pegaba muy poco, la verdad–, a la guerra de Irak y al aborto, por parte del uno y del otro, desluciesen la altura que se pretendía dar al encuentro entre dos políticos que son honestos, tienen sentido común, dicen lo que sienten –aunque a veces el guión impere sobre la convicción—y…carecen por completo de carisma.
¿Es el carisma un ingrediente imprescindible para ejercer una responsabilidad política? Claro está que no. Es un ingrediente que ayuda a fomentar el entusiasmo de los electores –y ese entusiasmo parece bastante escaso a estas alturas–, pero nada tiene que ver con ejercer un cargo con responsabilidad y probidad. Estamos convencidos de que Mayor y López Aguilar, un hombre tranquilo el primero, un torrente de palabras el segundo, ejercerán con dignidad de eurodiputados –Mayor lleva años haciéndolo–; nos sentimos incapaces de decidir quién ganó este primer debate ante la televisión. Ninguno de los dos lo perdió. E insistimos en que este tipo de espectáculos es sano para la democracia. Un aplauso sin demasiada vehemencia para ambos y hasta para la moderadora, excesivamente rígida, pero implacable.
Eso sí: uno sale haciéndose la pregunta de qué diablos van a aportar uno u otro en la marcha de las relaciones de España con esa Unión Europea tan desdibujada, en el fondo aún tan lejana. Quizá es que lo que aquí –y en otros muchos países del Viejo Continente—está en juego es otra cosa, más doméstica: quién gobernará a los españoles dentro de tres años.
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