Desconfío de la manía de leer en clave nacional los resultados de elecciones autonómicas, especialmente si se trata de Comunidades tan peculiares como Galicia y el País Vasco, pero no resisto la tentación de destacar que en estas del domingo ha habido un par de datos clave que deberían ser analizados muy cuidadosamente en La Moncloa y en la sede del PP en Génova. Moderación, moderación, moderación es la señal emitida por dos electorados tan diferentes como el vasco y el gallego. O sea, justo lo contrario de lo que se ha venido practicando ‘en Madrid’ en los últimos tiempos.
Que yo sepa, solamente Pablo Iglesias ha dicho públicamente que reflexionará sobre la misiva que las urnas han enviado a Unidas Podemos: el partido morado y sus derivaciones mareadas no gustan a los votantes. Al menos, a los gallegos y vascos, pero la verdad es que la implantación del tinglado de Iglesias en otras Comunidades, desde Aragón a Andalucía, pasando por lo que antes se llamaba las dos Castillas, es más bien pobre. Y que en Madrid se pegó un buen batacazo en las últimas elecciones. Y en Cataluña…bueno, en Cataluña no hay quien entienda lo de la última derivada de Podemos, ni lo de Ada Colau, ni nada, así que mejor dejarlo.
Pero tengo para mí que la mejor reflexión que un sin duda buen analista como Pablo Iglesias puede hacer es que el problema es…él mismo. Se cumplen este lunes seis meses desde que el Gobierno central empezó a funcionar y lo cierto es que el protagonismo de Iglesias en todos y cada uno de los líos ha sido clamoroso. Sánchez, al menos, ha logrado producir la imagen de que se está dejando la piel con esto de la pandemia, de que viaja a territorios europeos hostiles a decirles que aflojen la bolsa, porque en ello nos va la vida; hasta a veces olvidamos todo lo que nos ha mentido y miente. Pero Iglesias no capitaliza ni siquiera a ese personaje benéfico, el de los salarios mínimos vitales, en el que se ha pretendido convertir. Decía Felipe González que su maldición fue que él era la solución y el problema. Eso a Pablo Iglesias no le ocurre: él es solamente el problema.
No sé si Sánchez ha entendido este mensaje. E ignoro si el presidente del PP, Pablo Casado, ha comprendido la otra parte del recado, la de que la gente quiere lógica política más que bravatas y regañinas. Tratar de borrar del mapa, como hacen ya algunos, a una figura tan válida como la de Casado es o una maldad interesada o un error. Pero no menos equivocado estaría el presidente del PP manteniendo el ‘tono Cayetana’ en lugar de tender la mano en busca de puentes que sean una alternativa a lo que ahora hay. Por supuesto que Sánchez, en aras de los resultados electorales, puede y debe seguir presidiendo el Gobierno central hasta que las urnas le desalojen de La Moncloa. Lo que ya no resulta tan lógico es el poder más o menos vicario –pero poder al fin– otorgado a un personaje que va de descalabro en descalabro en cada jornada electoral. Claro que Iglesias no es el culpable de todos nuestros males, faltaría más; pero buena parte de la ciudadanía sí que lo piensa.
Dicen ahora que Podemos paga caros sus guiños a Bildu o al BNG; la gente prefiere el original y no a los sucedáneos. Los ‘morados’ tiran los tejos también a Esquerra Republicana de Catalunya: ojo a lo que pueda sucederles en las elecciones catalanas. Sánchez debería desprenderse de tan pringosa compañía. Y él, junto con Casado, buscar soluciones radicalmente nuevas para el país. Otras ideas. Que miren, si no, a los dos políticos más completos con los que contamos. Se llaman Alberto Núñez Feijoo e Iñigo Urkullu.
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