El PSOE al que yo quiero votar

Alguna vez he confesado en público haber votado al PSOE en variadas ocasiones y períodos: como casi todos, uno va respaldando, más o menos resignadamente, lo que considera menos malo, ya que el entusiasmo, cuando se ha visto tan de cerca tanto discurrir de la cosa política, es punto menos que imposible. Y, como tantos, uno no acaba de sentirse ni de izquierdas abiertamente, ni confesadamente de derechas, ni, ya que estamos, de centro-centro: espero ofertas, comparo y compro. O voto en blanco, que también a eso ha tenido que llegar uno en su desilusión progresiva.

Llevo, llevamos, dos años casi de infarto político, en los que hemos asistido a casi toda la gama posible de dislates, egoísmos, incapacidades, que pudieran darse en el desarrollo de lo que, para entendernos, se llama política, aunque bien lejos se esté del significado más positivo del término. Cierto que ha habido momentos de lucidez, de reflexión, en los que parecía que esa llamada ‘clase política’ –a mí tampoco me gusta el término, conste—era capaz de enderezar el rumbo, pensar en el bien de la nación, y no en el del partido. Pero, en general, creo que la media aritmética ha sido más bien negativa.

Y pienso, claro, en el PSOE de Pedro Sánchez, culpable, entiendo, de muchas de las desgracias que nos han ocurrido, contando siempre, desde luego, con la eficaz concurrencia de PP, aún más con la de Podemos y, en menor medida –he de ser honesto y medir muy bien las críticas–, de Ciudadanos. Todos, incluyendo la sociedad civil, hemos sido, en cierta medida, responsables de lo que nos ha ocurrido y, sobre todo, de lo que no nos ha ocurrido. Ahora, el PSOE, que este sábado comienza su congreso federal, tiene la oportunidad de rectificar su errática trayectoria pasada, dirigida por el mismo hombre a quien la militancia decidió reelegir hace pocas semanas, y convertirse en la verdadera alternativa de Gobierno en España. O desaparecer.

Y en esas pocas semanas, lo que he visto me tranquiliza poco acerca de lo que pueda suceder en ese partido al que tantas veces voté, del que tantas veces abominé, que tan a menudo me hizo concebir esperanzas, que con tanta frecuencia me cabreó. Primero, por el silencio contumaz de Pedro Sánchez, que temo que no ha entendido el mensaje: tenía que cambiar el ‘no, no y no’ al partido que gobernaba y sigue, en parte gracias a él, gobernando; o sea, el PP. Pero Pedro no ha cambiado ese mensaje: silencio y sugerencias negativas, ha sido la tónica. Sigue, increíble pero cierto, ofreciéndose para encabezar una coalición con Podemos y Ciudadanos, partidos que, por enésima vez, le dicen que entre ellos no puede existir sino la guerra: son absolutamente incompatibles, como se vio en el reciente debate de la fracasada moción de censura contra Rajoy.

Ese engaño de urdir una gobernanza a base de un conglomerado imposible de partidos contra el PP ya no cuela: el propio grupo parlamentario socialista registraría rebeliones internas ante una propuesta de ‘Gobierno Frankenstein’, integrado por los republicanos de Cataluña, los independentistas del PDECAT, los de Bildu, los de Podemos y sus adláteres regionales y, claro, el PSOE. ¿Es que no se da cuenta Pedro Sánchez de que tal Ejecutivo sería inviable y, en el mejor de los casos, catastrófico?. Ansío ver cómo se enfoca el asunto en el congreso de este fin de semana. Lo mismo que las soluciones para una reforma constitucional, en la que algo más concreto habrán de proponer los ‘sanchistas’.

En general, debo decir, y digo, que no encuentro, en vísperas de este congreso, en teoría tan importante, una oferta programática atractiva, nueva, estructurada. Tampoco en lo referente a la unificación del partido, tan sometido hoy a tensiones, desavenencias y hasta odios internos. Los nombres que conocemos de la próxima Ejecutiva federal, con algunas excepciones, no ofrecen garantías de buen funcionamiento y de cierre de heridas, y cuánto me gustaría equivocarme. Sánchez, a quien, inopinadamente, los dioses le han concedido una oportunidad de regeneración que no todos los mortales logran de la Providencia, ha de reflexionar y temo que no tiene, ni lo busca, tiempo para ello: los aurigas vencedores en Roma acudían a recibir la corona de laurel precedidos por alguien que les gritaba “recuerda que eres mortal” .

Alguna vez me equivoqué vaticinando que Pedro Sánchez estaba muerto y él era el único que no lo sabía. Ahora, en vísperas de su congreso aparentemente triunfal, pienso que puede que al fin y al cabo no errase tanto, mirando las cosas a medio plazo.

fjauregui@educa2020.es

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