Yo sí le concedo un papel al Rey, por mucho que el Rey tenga fallos –y muchos–. Yo sí le concedo un pape, a la Monarquía, aunque haya a veces que mirar hacia otro lado para no ver las perlas de la Corona. Sobre todo, ese papel es imprescindible cuando los partidos parecen incapacitados para sacarnos del marasmo en el que estamos metidos, no digo que por culpa de nuestros representantes, pero sí que no saben ilusionarnos para salir, entre todos, de esta.
El Rey ha hecho un llamamiento a la unidad en estos tiempos de caos económico, con un ejército de cuatro millones trescientos mil parados rondando, como fantasmas, por nuestras conciencias (ya sé, ya sé que bastantes de ellos no están mano sobre mano; pero ¿le gustaría a usted estar en eso que se llama trabajo negro?).
Los partidos, hasta el momento, oídos sordos. Que si el culpable es el otro. Que si ellos sí quieren un pacto, pero el de enfrente, no. Resulta cansino todo esto. Ellos se juegan el descrédito, nosotros el descalabro. Ellos corren el riesgo de que este sistema se vaya al diablo, nosotros, los ciudadanos de a pie, nos asomamos al caos. Hay una cierta perversión del ambiente político, en el que ellos, que valen menos que la sociedad civil en general, se constituyen en casta, atenta a sus intereses (puede que muchos de ellos ni se den cuenta). Más dura será su caída. Y la nuestra.
Tengo la esperanza de que todo esto se reconduzca. Que ellos, nuestra clase política, en la que empieza a haber desertores de la ceguera (Duran i Lleida., por ejemplo), salgan del ensimismamiento. Que se tiendan la mano y empiece un movimiento de reconstrucción (moral) nacional, de orgullo patrio. No sé cuántas veces he expresado este deseo, ya tan gastado a fuerza de repetirlo. ¿No podríamos, entre todos, enviarles un mensaje de hartazgo? Yo, desde luego, a este paso no pienso votarles, ni a ellos ni a nadie. Pero ¿será suficiente, si mucha gente lo envía, este mensaje? ¿Será positivo para el asentamiento de una buena democracia?
A veces contemplo –y tengo que hacerlo por obligación– el paisaje de nuestra política (y todo es política) y me falta el aire.
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