(foto del primer Gobierno ZP. Solamente sobrevive ya Elena Salgado, tras pasar por varios sitios en el Consejo de Ministros)
Con la crisis ha empezado el futuro. El largo adios de Zapatero. El fin del ‘zapaterato’ –antes fue el ‘aznarato’, el ‘felipato’, el ‘adolfato’—para dar paso a…¿al ‘rubalcabato?. ¿O más bien al ‘marianato’? En todo caso, ha concluído una etapa, en la que se ha gobernado como se ha gobernado, a golpe de martillo y cincel presidencialistas, y comienza otra, en la que habrá que hacerlo con pincel fino, aquilatando bien cada paso. Y sospecho que dando más voz que hasta ahora a la ciudadanía. Puede que Alfredo Pérez-Rubalcaba, que no hace sino oficializar una posición preeminente dentro del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se mueva bien en esta nueva era, en la que las reformas habrán de ser de gran calado, los golpes de efecto espectaculares y las reformas del sistema democrático mucho más creíbles.
Sí, figuro entre los muchos que creen que, si hay un sucesor de Zapatero antes de que este pierda en las próximas elecciones generales, ese es el ministro del Interior y flamante vicepresidente primero. No nos hagamos de nuevas: desde la vuelta del verano se viene hablando de que Zapatero está cansado, de que sus deseos de presentarse a la reelección son mínimos y de que, aunque nadie le cuestione dentro del partido, todos han empezado a tomar posiciones por si acaso. Y, en este contexto, el nombre de Alfredo Pérez Rubalcaba era el que con mayor frecuencia aparecía.
Para mí, casi todo lo demás, si se quiere con la excepción de la llegada de Ramón Jáuregui –ya era hora—desde las brumas belgas, es paisaje. Me parece absurdo el nombramiento de la hasta ahora ‘madrileña’ ministra de Sanidad Trinidad Jiménez para Exteriores -echaré de menos a Moratinos, injustamente vilipendiado–; curioso el nombramiento de Leire Pajín para un Ministerio, sea el de Sanidad o cualquier otro; lamentable el premio recibido por Rosa Aguilar por su defección de Izquierda Unida; sintomático el nombramiento del ‘sindicalista’ Valeriano Gómez en Trabajo –el mismo día, por cierto, en el que, ¡al fin!, se empieza a marchar el presidente de la patronal, Gerardo Díaz Ferrán—y obligada la reducción de dos carteras anodinas, una medida insistentemente pedida por todos los grupos parlamentarios, excepto el socialista.
Cierto: en tiempos de crisis, no hacer mudanza, como dice la máxima ignaciana. Ello parece haber aconsejado al escasamente jesuítico Zapatero que no toque al equipo económico que comanda Elena Salgado, empeñada en unas reformas que no son las del programa electoral socialista, pero que vienen obligadas desde fuera. Y ahí están todos: Salgado, Miguel Sebastián, Cristina Garmendia y, por supuesto, el titular de Fomento, José Blanco, que, como corresponde a su condición, no se sabe si gana o pierde en esta crisis en la que forzosamente alguien pierde y alguno algo ha de ganar.
Lo que importa es si hemos ganado los ciudadanos. Tengo para mí que poco oxígeno va a salir de esta botella, aunque todo cambio, al menos, sirve para distraer al personal. Además, a Zapatero no le quedaba, azuzado desde todos los ángulos, otro remedio que hacer una remodelación, esta misma. Aunque haya venido negando que iba a hacerlo hasta hace tres días, y sus portavoces oficiales u oficiosos nos reprendiesen a los periodistas que insistíamos en que, aunque asegurasen que solamente iba a cambiar el titular de Trabajo, la crisis tendría que ser, a corto o medio plazo, mucho más amplia. Claro que ya se sabe que, cuando ZP dice que va a hacer sol, más vale sacar los paraguas…
Una crisis, en fin, en la que hay cambio de caras, pero no caras nuevas. Ni, me temo, nuevos planteamientos para los momentos revolucionarios en los que estamos todos embarcados: sospecho que esto viene a ser más de lo mismo, con el ingrediente Rubalcaba potenciado, eso sí.
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