Los periodistas funcionamos habitualmente con el eslogan, prendido en la solapa, de que el rumor no es noticia. No debe serlo. Excepto, claro, cuando la noticia es el rumor. Y ahora, para mí, la noticia es que la intranquilidad del cuerpo político y social es tal que el campo de minas se ha sembrado, al tiempo, de rumores. Yo diría que muchos de ellos interesadamente propalados: por ejemplo, sobre enfermedades de tal o cual político, de tal o cual figura institucional –y hay que ver, mejor escuchar, algunas cosas que se han dicho…Un modelo de inventiva y de mal gusto–. Pero hay también rumores derivados de la inquietud por la situación: si yo fuese Zapatero, que afortunadamente no lo soy, aceleraría al máximo el anuncio de mi futura retirada. Antes de que la petición se convierta en un clamor y tenga que salir por la puerta más bien empujado que por su propio pie. Porque los rumores, interesados o accidentales, tienen eso: no son noticia, pero son capaces de presionar para que se produzcan noticias.
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