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(Se ha criticado mucho la entrevista de Evole con Maduro. A mí me da envidia ya el mero hecho de que haya podido hacésela al tipo que acapara hoy los titulares del mundo entero. Ya es un enorme mérito, ¿no? Lo demás puede criticarse, claro)
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La leyenda negra que circula por cenáculos y mentideros atribuye a Pedro Sánchez un deseo escapista, un trazado vital siempre en el Falcon, de destino en destino cada vez más lejano. No es del todo cierto el cliché, por más que haya que reconocer los no pocos fallos del presidente del Gobierno central en su gestión de las cosas internas y cotidianas. Pero lo cierto es que Sánchez ocioso, lo que se dice ocioso, no está. Hay una actividad subterránea que, acertada o erróneamente, que de todo habrá, tiene al jefe del Ejecutivo en constante actividad. Sobre todo, claro, en lo referente al principal problema que tenemos ante la mesa, Cataluña. O Venezuela, desde luego. Estamos ante la ‘semana del teléfono rojo’.
Algún día, como periodista, me encantaría escribir, con datos por supuesto, sobre la actividad telefónica de un presidente que sucedió a otro que me parece que el teléfono secreto lo utilizaba más bien poco. Pero esos son los datos más difíciles de conseguir. Cómo iba Sánchez, por poner un ejemplo a lo mejor casi surrealista, a detallar si habla, y de qué, con Torra o incluso con Puigdemont. Conozco a un parlamentario ‘popular’ que pretendía preguntárselo a Sánchez en una requerida comparecencia en el Senado, pero el presidente ha conseguido ir aplazando la tal comparecencia, que ahora, con el inminente estallido del ‘juicio del siglo’ contra los secesionistas catalanes, ya ha perdido algo de vigencia.
Porque ahora, ese juicio –y, claro, lo de Venezuela—acapara todas las atenciones. Lo malo es que me parece que donde menos interlocución tiene Sánchez es en el mundo del Tribunal Supremo y con los líderes de la oposición, Pablo Casado y Albert Rivera, que aborrecen personal y políticamente al inquilino actual de La Moncloa. Hasta el punto de combatirle con las armas más peligrosas: exigiéndole la aplicación inmediata y ‘dura’ del artículo 155 en Cataluña, que es algo que desaconsejan hasta los de Sociedad Civil Catalana. O atacándole por su gestión sobre la presunta caída de Maduro, ante la que el Gobierno ha aplicado una prudencia recomendada por las principales potencias europeas.
Que no digo yo que todo lo que está haciendo Sánchez en los terrenos más sensibles para el Estado esté bien hecho. Pues claro que no. La palabra presidencial vale menos que un billete de tres euros y sus trapecios erráticos son una continua incitación a la inseguridad política y jurídica. Solo digo que hay cuestiones en las que hay que apoyar a quien, sea como fuere, lleva el timón del Estado, aunque lo lleve tras traicionar su palabra asegurando que convocaría ‘pronto’ –de esto hace casi siete meses—las elecciones. Y la política exterior, la territorial y la educativa son tres zonas sensibles en las que Sánchez tiene el derecho, y el deber, de sentirse apoyado; lo del deber lo digo porque no me consta que, por ejemplo, en sus posiciones sobre Venezuela haya tratado siquiera de consensuar con PP o Ciudadanos, y de Podemos sé aún menos.
Sí, yo creo que hay un cierto ‘teléfono rojo’ con Barcelona, aunque muchas veces el auricular esté ocupado por la vicepresidenta Calvo o la ministra Batet. Y la comunicación encriptada funciona bien con los dirigentes europeos, laus Deo. Pero me temo que las líneas rojas están cortada por las sedes del PP y de Ciudadanos, y eso es grave. Sobre todo, ahora que hay que defender al Estado, quiero decir España, ante las grandes pruebas, llámense juicio en el Supremo o de otras muchas maneras, que nos acechan.
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