Esto es lo que se me ha ocurrido escribir tras la comparecencia –anual– de Rajoy ante los medios. Manda carallo que la cosa siga siendo noticia…
Mariano Rajoy, el político que se olvidó de hacer política
Fernando Jáuregui
Confieso que asistir a una de estas conferencias de prensa anuales en las que Rajoy se enfrenta a los leones de los medios, que, dicho sea de paso, tan poco le gustan, siempre me produce una sensación de cierto relajamiento. Escuchar al presidente del Gobierno decir que todo va bien, que el año próximo será el del inicio de la recuperación económica, comprobar su tono firme cuando asegura que no habrá consulta soberanista en Cataluña, impactarse con sus promesas de respeto a los jueces cuando se le pregunta por las ‘razzias’ en la sede del PP, qué quiere usted, amable lector, que le diga: reconforta. Lo que ocurre es que Rajoy, el hombre satisfecho por la marcha de los asuntos económico, aunque luego la cosa no sea para tanto, es un político veterano…que se ha olvidado de hacer política.
No tuve la oportunidad, porque éramos por lo visto demasiados para cedernos a todos el turno de palabra en apenas media hora, de confrontar esa calma angelical, con la que Rajoy despachaba los temas más espinosos que mis colegas le presentaban, con el discurso del jefe del Estado en Nochebuena, en el que nada menos que habló de una necesaria”regeneración” de la política española. “Regeneración” es palabra muy fuerte, que implica la existencia de una degeneración, y cuando es el Rey, en su discurso anual a los españoles, quien la utiliza, sospecho que es precisa menos alegría –suponiendo que lo de Rajoy pueda calificarse de ‘alegría’—en las respuestas y en las reacciones a tan graves palabras, que vienen nada menos que de La Zarzuela.
Pero el clima en La Moncloa, al menos cuando se da entrada libre –es un decir, claro—en ella a los periodistas, siempre parece benigno, aun en el crudo invierno. Y luminoso, aunque suba –menos de lo inicialmente previsto, y en medio de un follón considerable, reconocido por el propio Rajoy—la luz. Y, al fin y al cabo, los políticos españoles están acostumbrados a reaccionar ante las palabras del Monarca con esa insoportable levedad del ser que tan malos resultados les da luego en las encuestas; para ellos, comenzando por el jefe del Gobierno, no pasa nada nunca, todo son ruidos, artificiosidades montadas por la oposición y por toda esa gente que osa criticar pasos adelante tan definitivos como la reforma de la ley del aborto. Al fin un cumplimiento en el programa electoral.
He de reconocer, por tanto, que salí de La Moncloa como el negro en el sermón, con los pies fríos y la cabeza medianamente caliente. Consciente de haber recibido una decepción política más, procedente de alguien a quien, como Rajoy, respeto, pero a quien casi nunca comprendo, con su administración rácana de los tiempos, de los silencios y de los proyectos ante el porvenir. Y, la verdad, pocos titulares más me provocan esos treinta minutos de Rajoy con nosotros, los chicos de la prensa, gentes que, al fin y al cabo, no hemos aprobado oposición a cuerpo de élite alguna. Así que tampoco invertiré más líneas, con lo escasos que andamos de tiempo y espacio, en glosar una comparecencia que me parece que ni glosa merece. Y, por cierto, algo no muy diferente me dicen colegas que fueron al otro lado, a la contraprogramación de la calle Ferraz. Pues vamos apañados.
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