He oído y leído opiniones muy controvertidas y dispares acerca de lo dicho y actuado por el presidente del Gobierno en los dos últimos días. Yo, sinceramente, creo que Zapatero, ahora y en esto, ha estado bien: renunció, con la que está cayendo y como no podía ser de otra forma, a ese extraño fin de semana inaugurando cosas en León, como si fuese el candidato de su partido a la alcaldía; recibió al secretario general de la OTAN –tenía que ser él, y no la ministra de Exteriores quien lo acogiese—, y se sumó a la ofensiva contra el tirano acordada, in extremis, por las potencias occidentales. Y ello, contando con el beneplácito de la mayor parte de las fuerzas políticas y tras haber hablado dos o tres veces con Mariano Rajoy. ¿Podría ZP haber hecho otra cosa?
Zapatero ha estado, en estas últimas horas, en presidente del Gobierno de una gran nación. Le ocurre, me parece, que le resulta más sencillo actuar en estas circunstancias, sobrevolando la crisis del mundo mundial, en las que la excepcionalidad es la regla, que en las decisiones cotidianas, las que afectan a la vida diaria de los españoles, que es donde el inquilino de La Moncloa se embarulla un tanto.
Sí, pienso que hay que ser partidarios de la intervención contra el tirano genocida. Ningún hombre o mujer, en ninguna parte del mundo, puede creer que le será posible actuar como lo está haciendo el dictador Gadafi. Nada tiene esto que ver con el frío exterminio decretado contra Irak con falsos pretextos y con mentiras. Si algo hay que reprochar a la comunidad internacional ha sido el retraso con el que ha actuado, mientras en Libia la rebelión impulsada por las ansias de libertad y democracia era sistemática, cruelmente, aplastada. El Gobierno español no podía anticiparse a los titubeos de esa comunidad internacional, representada por el desdibujado Ban Ki-moon que el viernes visitaba La Moncloa. Pero tampoco podía, con toda la crisis económica que usted quiera, dejar de asumir sus responsabilidades negando asistencia militar al bando aliado.
Creo que todos han estado, en este cuarto de hora, a la altura de sus responsabilidades: Zapatero y su Gobierno, coordinándose con los líderes occidentales; Rajoy y su entorno, apoyando con discreción lo inevitable; la opinión pública y publicada, con las excepciones que usted quiera, comprendiendo que ninguna otra cosa puede hacerse. No es que Zapatero nos haya metido en una guerra, como algún pertinaz se empeña: es que Gadafi merece una lección definitiva y, tarde y no sé si mal, la comunidad internacional va a dársela. Y creo que será para bien; ya era hora.
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