La autocrítica nunca ha sido el fuerte de nuestra clase política; de manera que no hay que esperar demasiado de eso cuando, este lunes, el presidente del Gobierno, ante sus trescientos invitados y los periodistas que concurramos debida y suficientemente acreditados, celebre sus primeros cien días en el Gobierno. No: más bien, sospecho que Pedro Sánchez hará algo así como un largo elogio de los logros de estos tres meses y medio, obviando contradicciones y donde-dije-digos-digo-diegos. Y obviando también tesis doctorales, desde luego, que ya se sabe que esa polémica es una creación de ‘las derechas’ para cargarse al Gobierno de progreso. O eso es lo que dicen los voceros oficiales.
No seré yo quien denigre la acción del Ejecutivo, a quien solamente acuso de haberse entregado con excesiva facilidad a los cantos de sirena –es una manera de hablar—del ‘socio’ y casi virtual vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias. Cuando lo que la lógica indica que debería estar haciendo Sánchez es cortejar a Ciudadanos para que le ayude, en un futuro ya no lejano, a consolidar gobiernos de centro-izquierda y luego un Gobierno central también de coalición con los naranjas.
Cierto, el rojo y el naranja son colores que ningún esteta diría que combinan (tampoco el rojo y el morado, si vamos a eso). Y, además, Rivera, que parece haber perdido algo los nervios desde la moción de censura, se está yendo demasiado a la derecha en su afán por arrebatar votos al Partido Popular y minimizar a ese Pablo Casado a quien le han dicho que se parece demasiado, incluso físicamente. Lo que ocurrió el miércoles pasado, cuando, en la sesión de control parlamentario, Rivera aludió a la bicha, o sea, a la tesis doctoral del presidente, ha ennegrecido cualquier posibilidad de contacto entre ambos para ‘construir política’. Y eso también es malo para el país, para todos cuantos no tenemos masters ni doctorados más o menos ‘fakes’, ni nada.
A mí, personalmente, me parece que Rivera cometió un error al abrir la caja de Pandora, sobre todo cuando su doctorando, que figuraba en la biografía de la web del partido, es situación que ya no existe. Pero mayor error es aún, creo, la ‘tesis Iván Redondo’, según la cual, parece, las ‘fake acusaciones’ contra la vida académica de Sánchez acabarán fortaleciéndolo, una vez que ha pasado la prueba del algodón del plagio. Hace mal Sánchez en cobijarse en actos de apoyo ‘fabricados’, como el de la Casa de América este lunes, desdeñando ir al Parlamento, a una sesión explicativa pedida por PP y C’s que me parece que tendría ganada: ¿iba a acusarle Rivera, el no-doctorando?¿Casado, que suda tinta cada vez que piensa que lo de su máster está en el Supremo?¿El ‘vicepresidente’ Iglesias?¿los de Esquerra, los del PDCAT, a los que importa un rayo todo esto y que viven pendientes de que no se les vaya demasiado la mano en el desmadre conmemorativo del 1 de octubre? Pues haber sacado pecho, Sánchez, hombre, que ya ha mostrado usted muchas veces que es un individuo arriesgado, y haber animado la con esta sesión explicativa triste vida parlamentaria española, que, por cierto, hora va siendo ya de convocar el debate sobre el estado de la nación.
Bueno, fortalecido, lo que se dice fortalecido, Sánchez no ha salido de esta. Incluso me parece, más bien, que, a partir de ahora, van a ir a por su cabeza y no tiene ni equipo, ni cohesión, ni ideas suficientes en su entorno como para afianzarse en la ligera ventaja que aún le dan las encuestas. Seguramente, si ahora convocase las elecciones, las ganaría. O no, pero habría hecho honor a su palabra y el país entraría en la vía de su regeneración siempre pendiente.
Sí, Sánchez quisiera agotar el último tramo de Legislatura y seguir en La Moncloa, en el Falcon y todo eso, hasta la primavera de 2020. Y luego, seguir allí, habiendo arrasado en las urnas, al menos hasta 2030, al diablo la limitación de mandatos y todas esas majaderías. Pero sospecho que no va a poder: lo malo es que los periodistas siempre andamos zascandileando por ahí y hablamos con mucha gente, incluyendo algunos destacados socialistas, que piensan que mejor disolver las cámaras legislativas ahora, repartiendo cartas nuevas.
Y, de paso, haciendo que se olviden tantos balbuceos e inseguridades jurídicas, tanto debate envenenado sobre doctorados y doctorandos, en aras de una campaña electoral en la que a ver si nos alumbran con salidas del túnel catalán, con un mejor reparto de las riquezas nacionales –España es cada día un país más injusto y ¿no es eso materia de reflexión para la izquierda?–, la nunca iniciada reforma de la Administración y tantas cosas que se nos van quedando pendientes en la modernización y moralización de esta democracia que empieza, como los peces fuera del agua, a buscar oxígeno.
No he encontrado un solo comentario de periodista o politólogo, de las ‘izquierdas’ o de las ‘derechas’, que no abone esa anticipación electoral. Si el señor Sánchez y sus pretorianos bajasen a la calle, descubrirían también que no se habla de otra cosa que del ansia de ir a las urnas. Si interpretasen bien las encuestas, para lo que valgan, lo mismo. Que no nos diga ahora el señor presidente del Gobierno central que tiene que ser fiel a su palabra y agotar hasta el 2020 esta Legislatura, que ya está más que agotada, olvidando que antes había prometido, recuerda usted, convocar ‘pronto’ las elecciones. Sería, pero no será, la gran noticia en la Casa de América este lunes: que al fin vamos a unas elecciones que legitimen lo que se hace, o lo que no se hace, o lo que se dice que se hace aunque se hace lo contrario, menudo lío. Ya digo: la deseable gran noticia no se va a producir, una lástima.
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