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(Esto de Tabarnia parece un intento de revitalizar el día de los inocentes. O los países de Tintin)
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El cronista intenta escapar de seguir escribiendo de Lo Único, quizá porque le da pereza el abanico de debates jurídicos que se avecina sobre cómo podrá el innombrable fugado acceder a la presidencia de su Comunidad autónoma, o qué vericuetos ensayará el recluso para asumir ese mismo cargo en la plaza de Sant Jaume. Y, así, vemos titulares excesivamente dedicados al borrasco (un asco de borrasca), que no calmará la sed de nuestras tierras. O al menú navideño, tan lamentable con o sin langostinos, de nuestras fuerzas de seguridad aparcadas en el buque Piolín en el muelle de Barcelona. O al viaje a contrapelo del presidente cántabro Revilla, un lamentable montaje en su contra, me parece. O al mini-aumento del salario mínimo, veintinueve eurazos al mes, menudo dispendio, tan bien, sin embargo, publicitado. Pero no: tenemos que volver a lo serio, no hay remedio, porque las serpientes de invierno, como las de verano, se desvanecen pronto.
Y ¿qué es lo serio? ¿Por dónde enfocarán nuestros políticos la reforma constitucional, qué hará el juez Llarena con Junqueras y, en caso de que regrese de una vez, Puigdemont? ¿Cómo ir aminorando las desigualdades económicas y sociales que laceran este próspero país?
¿Las reflexiones en los partidos acerca de por dónde deben ir la derecha o la izquierda?¿Acaso esa tan aplazada reforma de la Administración? ¿La pérdida de peso internacional de España?. ¿El pacto antiyihadista y si Podemos podría asistir a sus reuniones sin ser miembro?. Quite, quite: todo eso puede esperar, porque al fin y al cabo ¿no ha esperado ya tanto tiempo? Pues claro, hombre: hay cosas mucho más importantes.
Lo de Tabarnia, por ejemplo.
No me negará usted que el nuestro es un país que se perece por las tonterías más insignes. Las redes sociales, y luego todos nosotros, nos hemos lanzado por los vericuetos de este inventazo, de esta auténtica serpientaza invernal. Ahí es nada, imaginar una partición antipartición de Cataluña, en base a los desvaríos de una noche insomne de alguien. Quise resistirme a escribir sobre esta tabarra, inevitable ya en conversaciones de cenáculos y mentideros, aburridos de lo trascendente, a lo que se ve. Y es que algunas personas han decidido tomarse en serio el disparate. Incluso algunos creía yo que sensatos políticos han decidido asirse a la tabarnidad con alevosía
-hasta una bandera le han inventado ya, hasta Wikipedia acoge este nuevo Estado nonnato, pero que, a este paso, va a acabar surgiendo como República de Tintín para que la reconozca esa ONU a la que hemos mandado como embajador a Moragas–, quizá como escape. Un buen pretexto, este de Tabarnia, para no entrar a bucear en las reformas imprescindibles.
Ah, que este 28 se celebra el Día de los Inocentes, casi lo olvido. Sí, hay que revitalizar esta institución, ino-cente-ino-cen-teee, tan boyante en los viejos tiempos, cuando había que disimular lo importante dando lustre a lo meramente interesante, cuando había que primar lo anecdótico para esconder lo mal que se operaba en lo fundamental. Distraer la atención de la reprimida opinión pública, recuerda usted, con bromas tantas veces tabernarias, hoy tabarnarias, ya ve. Ho, ho, hooo, que viene Papá Noel, y los renos van sobrevolando los segmentados cielos tabarneses, o como se diga.
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