Ya sé que no faltan quienes dudan de cada paso que da la banda terrorista en lo que parece una buena dirección. Sin duda, no les falta razón para la desconfianza: llevamos cuarenta años de pesadilla gracias a estos fanáticos delincuentes y motivos hay para cuestionarse si ahora dicen la verdad cuando afirman que quieren la paz. Como pienso que bien ha dicho el vicepresidente y ministro del ramo, Alfredo Pérez Rubalcaba, que supongo que será el más enterado de por dónde van las cosas en este pantanoso terreno, hay que pedir menos palabras y más hechos.
Y, sin embargo, personalmente, no me resisto a ser cautamente optimista ante el proceso que parece que vamos viviendo. No, no me dejo ofuscar por esa reciente entrevista de Otegi a un periódico norteamericano que tantas veces se ha caracterizado por no comprender bien lo que pasa en España. Tampoco creo que, de llegar, ese comunicado tan comentado –y aún tan desconocido por la opinión pública– en el que ETA, aun manifestando sus intenciones pacificadoras, no hablaría del abandono definitivo de las armas, vaya a colmar mis esperanzas.
Pero ya digo: me parece que los españoles tienen casi descontado que será difícil que la banda del horror y del terror vuelva a atentar contra la vida de alguien, porque el rechazo al derramamiento de sangre ha llegado ya hasta sus propias filas. Pienso que todo el mundo es conciente de que ‘algo’ está pasando en el corazón de la serpiente, que ya no cuenta con la comprensión de los más despistados entre los europeos y los latinoamericanos, ni cuenta con el dinero masivo de la extorsión, ni con un Gobierno ‘tolerante’ en Euskadi, ni con el apoyo incondicional del que fue su ‘brazo político’.
Y sí cuentan los etarras, en cambio, con unos servicios policiales y de información cada vez más eficaces, profundamente infiltrados en las filas de estos falsos ‘gudaris’ que ya no tienen prestigio ni ante sus propios militantes encarcelados: hasta los más sanguinarios de esos presos, quién sabe si en busca de un perdón que no les ha de llegar, abominan ya de la banda, de sus métodos y de sus crímenes.
En este marco, a ETA, dirigida ya ni se sabe bien por qué fracción –la vuelta a la dirección de Josu Ternera ha suscitado multitud de especulaciones–, sin ideas ni menos aún ideales a los que aferrarse, no le queda más remedio que dar algún paso en la buena dirección. Y hacerlo muy pronto. A mí tales pasos sí que me parecen importantes, aun cuando no busquen más que abrir algún espacio electoral. Por eso me permito, al declinar este año y en el umbral de otro nuevo, ser moderadamente optimista. Lo que, desde luego, me niego a adoptar es esa postura negativa por principio de la que hacen gala algunos políticos y algunos colegas: negar que, en lo tocante a la pesadilla-ETA, las cosas han mejorado es caer en la peor de las cegueras, que es, como sabemos, la de quienes no quieren ver.
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