Nada peor, más destructivo, que el miedo. Quien nada quiere, es invencible. Quien busca favores, teme por su suerte o no da pasos de futuro, aprensivo ante lo que le pueda suceder, es el ser más débil del mundo y todos pasarán sobre su cadáver vivo. «Fear», «Paura», «Peur’, «Po», dígase en el idioma que se quiera, en la coyuntura que se pronuncie: el miedo es paralizante, destruye iniciativas, hace el mundo un poco peor para los que lo habitamos.
Ahora, uno de los periodistas que, al menos para quien suscribe, es todo un icono, Bob Woodward, sí, aquel del Watergate, ha escrito un libro que yo sí esperaba que escribiese: ‘Fear: Trump in the White House’. Cuenta no pocas anécdotas sabrosas que revelan no solo la brutalidad del hombre más poderoso de la tierra, sino también la existencia de una red en la Administración que se dedica a ‘controlar los daños’ que la acción de-elefante-en-cacharrería de Trump genera continuamente para la imagen y el funcionamiento de los Estados Unidos de América… y para el resto del mundo, claro.
Como se esperaba de sus formas zafias y escasamente democráticas, el inquilino de la Casa blanca se lanzó, vía Twitter, que es el libro de los escasos 280 caracteres que son lo máximo que se le alcanza a escribir, a las descalificaciones más severas contra un libro que no es el primer misil biblográfico que le lanzan, pero sí el que parece más solvente. Que digo yo que, si tiene fe en los tribunales y realmente es, como dice, falso lo que Woodward ha publicado, «una difamación», ahí tiene las demandas judiciales para proteger su honor, un honor, lamento decirlo, en el que ya nadie, tras año y medio ocupando él el poder, cree.
Sí, yo como periodista tengo miedo de que Trump siga mucho tiempo en la Casa Blanca, de sus ‘fake news’, de sus manipulaciones y de su ignorancia sobre cuál debe ser el papel de los medios en una democracia moderna que, como los Estados Unidos, ha sido un ejemplo, ya que no en todos los órdenes, sí, desde luego, en lo que se refiere a la libertad de expresión.
Han tenido mala suerte los desmentidos de Trump, porque el New York Times publicaba en las últimas horas algo que es una ratificación a lo que el adelanto de pasajes del libro de Woodward, que estará la semana próxima a la venta, ya contaba: que existe una ‘red paralela’, una especie de ‘Estado dentro del Estado’, en la Administración norteamericana y en la propia Casa Blanca, de funcionarios que hacen lo posible por limitar los destrozos del presidente, sin duda el más nefasto, en sus dieciocho meses con el timón nuclear en sus pecadoras manos, desde 1789, que es cuando George Washington accedió al recién creado cargo.
La fuente del NYT, periódico del que me parece que tenemos derecho a fiarnos mucho más que de lo que nos cuente el ‘rey de las fake’, es un alto funcionario anónimo cuyo nombre sí conoce el gran diario, pero que no publica por motivos de seguridad, y que ha escrito un artículo en las páginas del diario narrando cómo, sin ambages, se boicotea la acción loca del presidente desde determinadas áreas clave de la Administración.
Sí, el funcionario ha tenido miedo, ‘fear’, ‘paura’, ‘po’, etc, a la hora de dar su nombre, pero hay que agradecerle que haya dado el paso, que ha enfurecido –buena cosa– a Trump. Yo creo que es él, el hombre más poderoso del mundo, quien realmente debería tener miedo, más bien terror, a que vaya saliendo toda la porquería que ha ido acumulando a lo largo de su vida, muy especialmente en el último año y medio, que le inhabilita para seguir al mando de los mandos, valga la redundancia, que es palabra que Trump ignora qué significa. Que se vaya de una vez y si el libro de Woodward sirve para darle el último empujón, bendito sea el periodista que ya echó a Nixon de la Casa Blanca.
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