Atentos como estábamos todos al adelantamiento de la fecha de las elecciones por parte de Zapatero, que hizo el anuncio siete semanas antes de disolver las cámaras, me parece que no prestamos suficiente atención a lo que, casi a la misma hora, decía Mariano Rajoy en su sede de Génova. Pienso que estamos obligados a prestar una especial atención a Rajoy, que es el más probable próximo presidente del Gobierno y de cuyas intenciones poco sabemos, porque poco ha dicho.
Es un hombre parco en palabras, de gesto contenido, poco amigo de lo espectacular, simpático solamente cuando quiere, pero jamás tan desabrido como su predecesor al frente del PP, José María Aznar. Siendo evidentes sus defectos, tengo para mí que el verdadero Mariano Rajoy es mucho mejor que el personaje poco de fiar y escasamente competente que nos pintan las encuestas, y mucho más activo, desde luego, que el haragán que gustan de reflejar algunos ‘cartoonists’. Es honesto, administra bien los tiempos y, contra lo que dicen los sondeos, le juzgo como una persona profundamente independiente, que difícilmente se ata a lo que él considera que no debe hacerlo. Y es, además, leal. Creo que Zapatero, que por supuesto le comunicó con antelación la fecha que iba a anunciar para las elecciones generales, lo sabe. Han acordado muchas más cosas de lo que a primera vista parece, pero no se han entendido lo suficientemente bien como para ofrecer a los españoles el que hubiera sido el gran servicio de ambos, un acuerdo de amplio espectro en torno a las claves de la gran reforma que España necesita.
Y ¿cómo nos gobernará Rajoy, en el caso, que me parece muy probable, de que gane las elecciones del 20-n con la mayoría y los apoyos suficientes? En su rueda de prensa del sábado -no es que hayan abundado estos contactos con los medios en los años de oposición de MR, por cierto_ dijo algunas frases que me parecen dignas de fijar en ellas nuestra atención: «hay que recuperar la concordia; aspiro a gobernar desde el centro, la moderación y el diálogo. Haré un Gobierno creíble, previsible y solvente en el que el conjunto de los españoles pueda confiar». Personalmente, me creo estas buenas intenciones, que no van, de momento, acompañadas de un programa de actuación concreto -por mucho que desde el PP se diga que sí, que ya se han presentado muchas ideas y opciones_ni de unos compromisos de gobernación sólidos.
Gobernar desde el centro, la moderación y el diálogo puede ser una ambición atractiva. A mí me parece un buen titular para un periódico, para cualquier periódico, apoye o no a Rajoy (y hoy son más los medios que le apoyan que los que se le muestran hostiles: es, al fin y al cabo, el cambio de una realidad ya agotada y, además, el recambio más probable). Confieso que me suscita mayor confianza el propio Rajoy, a la hora de situarse en el centro, que algunos de quienes ahora se apresuran a acudir en socorro del vencedor, que bastantes de quienes amparan desde la hagiografía al gobernante venidero, que muchos de quienes ya están preparando su aterrizaje en los suaves sofás que se reparten desde el poder. Y son no pocos los que ya andan calculando qué poltrona les va a tocar. Es el cambio según aquellos a los que el cambio les importa un pito: solamente quieren cambiar de asiento, de vehículo -del privado al oficial– y de despacho. De ellos debe cuidarse Rajoy, de ellos debemos cuidarnos todos nosotros. Porque el cambio no es eso, ni debe siquiera parecerlo.
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