No sé, a estas alturas de mi vida, si soy socialdemócrata, liberal o, más bien, un mirón profesional de la política, más bien impasible, pero no indiferente. Aún me irrito ante la falacia y me inquieto ante los errores estratégicos, tantas veces consecuencia de ambiones incontroladas. Lo de que Rajoy gusta más a los socialdemócratas, como si los liberales gustasen más de Esperanza Aguirre, por simplificar, es, simplemente, uno de esos ardides absurdos que se inventan los mercaderes de imagen y los inventores de ideas sin ideas. La cosa no se tiene en pie, es un invento que significa una huída hacia adelante. Tiemblen cuando las cosas van mal en los partidos: siempre acaba pagando el vecino o el primero que pasa.
Yo, por supuesto, no tengo por qué preferir una opción sobre otra. No me siento identificado con el PP (ni con el PSOE, ni, plenamente, con ninguna formación política). Pero me disgusta que haya colegas famosos que tratan de decidir quién ha de ser, al margen de las urnas, el jefe del gobierno y quién el jefe de la oposición. Una cosa es la crítica legítima (y necesaria); otra, las presiones interesadas sobre los dirigentes elegidos y votados en los congresos de sus partidos.
¿Significa eso que prefiero a Rajoy sobre Aguirre? Creo que no me toca preferir, y a nadie le importa si me gusta más una opción sobre otra. Pero en los predios ‘esperancistas’ –no quiero involucrar en ello personalmente a Aguirre– se hacen cosas que no me gustan demasiado. Pienso que Rajoy tomó la decisión correcta tras las elecciones: no tirar la toalla, aguantar, prepararse para un nuevo combate contra Zapatero. ¿Qué hubiese ocurrido si Rajoy se hubiese marchado? ¿En qué manos habría quedado el PP, una formación con diez millones y medio de votos y setecientos mil militantes? Algo demasiado importante y serio como para dejarlo en las manos del primero/a que pasa.
Ya tuvimos una UCD, cuarteada entre liberales, socialdemócratas, democristianos, ‘azules’ y personalismos varios, que entablaron una lucha por el poder, que no ideológica. Y ahora, pienso que necesitamos una oposición sólida, seria, consistente. Porque la democracia precisa de una posibilidad de alternancia. Y, hoy por hoy, esa posibilidad se llama –díganme socialdemócrata los falsarios, si quieren– Mariano Rajoy. No hay más.
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