Hay momentos en los que los países, así en general, parecen encontrar un gusto especial por el surrealismo. No me diga usted que el director del servicio de espionaje alertando a los ciudadanos sobre el uso del teléfono móvil no es un fino rasgo de humor. O que el episodio del ‘niño’ –bueno, resultó que no tanto– pirata no le arranca a usted una sonrisa, pronto desmentida por la situación de los tripulantes del ‘Alakrana’ y sus familiares. No me negará que la protesta de los comerciantes contra el cameonato mundial de aceras desatado por los alcaldes al calor del Plan E no nos devuelve a la España de Calomarde. O que los primos de la gabardina pidiendo una indemnización al Estado por el lucro cesante mientras les acusaban, condenabas y perdonaban por apropiación indebida no es una coña cañí.
Ante eso, lo de Millet que no puede ser encarcelado, lo del alcalde del Ejido, tan viajero por todas las formaciones políticas hasta que encontró la verdaderamente rentable, son temas que palidecen como noticias del montón. Y no hablemos ya de las ramificaciones diversas del Gürtel: pura rutina ya. Con decirles que el diariocritico vamos por el capítulo decimotercero del culebrón…
Ayer, en suma, fue una jornada de intenso sabor agridulce, de sonrisas y lágrimas. Las dos españas: la que te hace reir y la que te hace llorar. Conviven en el tiempo y en el espacio y, a veces, hasta tienen los mismos protagonistas. Los demás, contemplamos el espectáculo. Por cierto, leo que 900.000 familias han dejado ya de pagar puntualmente la luz. La crisis. Ayer, unos fabricantes de tabaco me contaron que el consumo de eso que se llama ‘picadura’, mucho más barata que los cigarrillos, ha aumentado en un 30 por ciento. La crisis, ya digo. Pero los Albertos, Millet, Bárcenas, los que pelean por Caja Madrid, y un largo etcétera, no leen, parece, esas noticias.
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