Siempre, ante la proximidad de cada 12 de octubre, me planteo que España sigue siendo un gran país. Un país más importante que las peripecias de una clase política, que la galvana de una sociedad desintelectualizada. Un país es también su Historia, su cultura, sus relaciones, su lengua. Soy un atento viajero, siempre que puedo, a lo que queremos llamar Iberoamérica y jamás, durante algún viaje a aquellos países hermanos, he dejado de quedarme boquiabrierto ante la magnitud de lo que descubrieron, e hicieron, aquellos españoles empobrecidos, para los que la aventura y el ir hacia el fin del mundo era siempre mejor que el hambre. No desconozco los actos de barbarie, que ni quiero justificar en que la época, la ignorancia y otros ejemplos los amparaban; pero sí creo que sigue habiendo un legítimo orgullo en el hecho de que quinientos millones de personas, tan dispares, hablen nuestro idioma y compartan algunos valores y un buen pedazo de Historia. Cosas que siempre conviene recordar cuando el nacional-pesimismo, cuando no el nacional-catastrofismo, hacen mella en nuestros espíritus.
Ignoro si el concepto, a mi entender arcaico, de ‘Hispanidad’ puede o no seguir vigente; me parece que la sociedad civil ha sustituído ya con ventaja a algunos conceptos politiqueros, egoístas y prepotentes. Sí pienso que cada 12 de octubre debe renovar ciertos planteamientos, pero dejar intactos otros que hablan de solidaridad, de convivencia y de cooperación mutua. Algunos de esos países latinoamericanos nos dieron –Argentina, México…—, en su día, una lección de esa solidaridad, no sé si siempre bien correspondida. El caso es que hoy sabemos, y si no lo sabemos tendremos que volver a aprenderlo, que cualquier posibilidad de desarrollo de España pasa por los hermanos americanos. Y creo que también viceversa; no entenderlo así simplemente nos empobrecería.
Lo digo porque España, en estas horas bajas internas, en las que toca minusvalorarnos, tal vez tenga que recordar que hay que sacar pecho y no ceder a tendencias disgregadoras; tenemos un problema autonómico, de concepción territorial del Estado, y tenemos otros problemas serios añadidos a este. Tampoco estoy seguro de que solamente con desfiles, por muchas banderas de repúblicas hispanohablantes que incorporen, vayamos a recuperar la autoestima; pero es un camino por el cual empezar a transitar. España sigue siendo un gran país, y hay que mantenerlo así.
Me parece que mirar hacia la comunidad iberoamericana, en tiempos de tanta tribulación doméstica, ni es ocioso ni debe ser desdeñable. Es un activo que jamás debemos, ni creo que ellos deban, olvidar. Nuestro día de la ‘fiesta nacional’ estaría incompleto sin esas naciones que se enorgullecen de hablar español y de sentir en español. Para mí, aun cuando sé que hay otras cuestiones destacables de ámbito interno en los días que vienen, el significado del 12 de octubre sigue siendo lo más importante.
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