Tras ver ‘Los idus de marzo’ te quedas con la idea de que siempre hay algún gato encerrado tras toda promesa de dedicación a la cosa pública. Gran película –la de enteros que está subiendo Clooney–, gran argumento y gran inquietud la que te suscita; hoy, sin ir más lejos, en un periódico nacional veo un reportaje sobre cierto candidato… en familia. Y piensas en la enorme hipocresía de ese ser tan ‘familiar’ cuyas andanzas, sin embargo, conocemos. No quiero ser juzgador –no juzguéis y no seréis juzgados–, pero no puedo dejar de asombrarme ante la cara de cemento de algunos de los que nos quieren gobernar (y nos gobiernan). Tampoco digo que sean todos iguales, conste; sigo, en mi fondo, valorando a quienes se dedican a la labor de representarnos; no se trata de ningún sacerdocio, y no podemos exigirles que sean ascetas y misioneros; pero sí que no estén totalmente podridos.
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