En la madrugada de este miércoles al jueves, las redes ardían aún más que la Gran Vía de Barcelona, abundantemente presente, con los colores de las llamas, en las pantallas de las televisiones de toda España y, por cierto, de toda Europa. Mal asunto. Las redes son exaltadas y no pocos tuiteros atacaban sin piedad a este columnista, que aparecía como tertuliano en televisión tratando de aplacar los ánimos y decir que los violentos son una minoría de los manifestantes, que quizá no procede ponerse a hablar de estado de sitio, de alarma, de excepción, de cómo echar a Torra de la Generalitat (ojalá fuese tan fácil hacerlo); tal vez ni siquiera sea el momento de poner en marcha, al menos todavía, la Ley de Seguridad ni el artículo 155. Tiempo habrá para esas medidas extremas, y ahí, me parece, Pedro Sánchez tiene razón –por ahora…–, aunque él sabe, aunque sea quizá lo de menos, que, si se equivoca, se juega la continuidad en La Moncloa en estos ‘lances catalanes’.
“La moderación es otra forma de fortaleza”, dijo Sánchez en la tarde del miércoles, pocas horas antes de que las pantallas se incendiasen con las salvajadas de ¿unos miles? ¿unos cientos? de auténticos cafres, envueltos en la bandera estelada y cubiertos por sus capuchas algo ‘lumpen’. No gustó en las redes escuchar eso de la moderación, sobre todo a quienes no les gusta, y es patente, que Sánchez pueda ganar las elecciones. Hablaban algunos, no pocos, de la quema de conventos previa a la guerra civil, de lo ocurrido en 1934, de Hong Kong, de los chalecos amarillos en Francia, hasta de Tiananmen.
Escribir o decir en esos momentos que unas cosas y otras tienen poco que ver, que la mayor parte de los que se manifestaban, legítimamente aunque no nos guste, recriminaba a los salvajes, no era algo muy popular. Mucha gente, a este lado del Ebro, quiere que el Gobierno (en funciones) tome medidas de extrema dureza, y lo mismo piden los líderes de la oposición a la derecha del PSOE.
El problema no es Sánchez. Ni, desde luego, Casado. Ni Rivera. Ni Vox. Ni Podemos, que discrepa de los tres anteriores y parece sintonizar algo más –no del todo—con el primero de los citados, aunque la receta ‘moderación’ no sea la favorita del líder morado. Mala cosa la falta de entendimiento entre las fuerzas que llamaríamos ‘constitucionalistas’. No han entendido que, con la sentencia del Supremo contra los golpistas, el Estado ha ganado. Que hemos ganado al Gran Pirómano, nada menos que el president de la Generalitat, Quim Torra, que a media tarde aún paseaba ufano por una carretera cortada por los manifestantes –¡con el espectro indeseable de Ibarretxe, a quien no quieren ya ni en el PNV!– y por la noche, sin duda angustiado porque la situación se le ha ido de las manos, culpaba a ‘infiltrados’ de los ‘incidentes’.
Una falsedad, obviamente: le gustaría llegar hasta a decir que la culpa de la violencia la tuvo la policía, pero nadie le iba a creer. Los catalanes están muy, pero que muy desconcertados, y tenemos evidencia de amigos moderada o no tan moderadamente independentistas que están horrorizados ante la espiral que adquiere la protesta: un día de estos, si se permite a los vándalos actuar como si tal, habrá alguna desgracia irreversible. Un muerto, como ya estuvo a punto de ocurrir en la noche-madrugada del miércoles al jueves. Y Cataluña, empobreciéndose, el turismo huyendo. Y de las inversiones qué le voy a decir.
Nadie quiere que lo de esas dos noches desgraciadas se repita este viernes, día de huelga en el que Cataluña se va a paralizar, mientras, en Oviedo, la princesa de Asturias, heredera del trono, pronuncia su primer discurso importante en público. Las coincidencias en la ‘tormenta perfecta’ que tenemos montada. Pero eso, claro, las palabras de doña Leonor, se traslada a lo que los periodistas llamamos ‘página par’: los titulares están en Cataluña. En saber si son verdad las previsiones de que esta pesadilla acabe ya este domingo, que la semana próxima la protesta se ‘normalice’, se encauce, se debilite.
Quedarán quince días para las elecciones, con las encuestas advirtiendo de que puede haber vuelcos, sorpresas, sustos; lo que vaya ocurriendo y no ocurriendo en Cataluña será crucial para los resultados, para la gobernación de España en los próximos cuatro años, para los acuerdos poselectorales que serán inevitables. De momento, nuestros partidos no se han puesto de acuerdo ni siquiera sobre cómo ni cuándo celebrar el único –¡el único!—debate televisado entre los candidatos. Menuda campañita nos están dando. O mejor sería decir que no nos la están dando: nos la están arrebatando, junto con la normalidad, tan añorada. Pero ya digo: la anormalidad no llega a lo de Hong Kong, ni a Batet bombardeando la Generalitat, menuda barbaridad.
fjauregui@educa2020.es
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