Estas cosas van en el sueldo del Rey, y él lo sabe

—Las pancartas, la soledad ante la descortesía de las autoridades de la generalitat, era lo menos que el Rey podíaesperar)
——.
Pues claro que el Rey sabía que iba a sufrir la mala educación –por decir lo menos—del president de la Generalitat, Quim Torra, a su llegada y a su salida del acto de apoyo a las víctimas del atentado yihadista de hace un año. Claro que sabía de antemano que se le iba a hacer un cierto vacío por parte de las autoridades independentistas, que reivindican la proclamación de la República de Catalunya. Claro que sabía –me parece que todos esperaban, esperábamos, cosas mucho peores—que alguna pancarta habría en los alrededores de la Plaza de Cataluña rechazando la visita del jefe del Estado a un territorio de ese Estado.

Por eso mismo, tuvo el coraje, inevitable e insoslayable, de acudir a esa concentración, que, al final, gracias a la que me parece que ha sido una labor protocolaria al menos eficaz, terminó, ya digo, mejor de lo que era de suponer: no había esteladas, hubo pocos gritos y el desaire de Torra, que apenas saludó brevísimamente al Monarca, fue más dirigido contra sí mismo que contra la persona de Felipe VI.

Todo ello no significa que el jefe del Estado haya mejorado su relación con el mundo independentista; lo que no puede ser, no puede ser y es, además, imposible. Pero creo que el Rey ganó esta difícil batalla en Barcelona: de ninguna manera podría no haber asistido y creo que, todo comprendido, el resultado debería ser razonablemente satisfactorio para los responsables de la imagen del Rey en La Zarzuela y en La Moncloa, que saben que, al menos, salvar esa imagen es salvar los muebles, que era de lo que se trataba este viernes.

Otra cosa son los errores de Pedro Sánchez en las redes sociales; o las declaraciones excesivamente partidistas de algunos políticos, por mucho que insistiesen en que este aniversario era ‘el día de las víctimas’. Cuando la sensibilidad está tan exacerbada, tan a flor de piel las heridas, resulta muy difícil no equivocarse, aunque sea con la mejor voluntad. Incluso, a veces, las asociaciones de víctimas, tratando de imponer tal o cual fórmula para ‘sus’ actos, yerran.

A mí, lo que me importa es que Torra, que dijo que él no compartiría este acto con el Rey, lo compartió, e incluso ambos aplaudieron al unísono las mismas, expertamente seleccionadas, piezas musicales. Lo que me importa es que esas ‘asociaciones civiles’, como Omnium o la Assemblea, que siempre son las encargadas de montar las algaradas amarillas, aguardaron hasta la tarde para hablar de sus ‘presos políticos’. Lo que me importa es comprobar que la labor de esos negociadores, que lograron mantener un cierto equilibrio, siempre relativo, claro, en un acto con perfiles políticos peligrosísimos, podrá, quizá, continuarse en otras negociaciones que acaso lleven, algún día –¿por qué negarse a soñar?—a un ‘pacto de connivencia’. Como el que suscribieron, hace cuarenta y un años, Adolfo Suárez y Josep Tarradellas.

Cuando se es de veras inteligente, se empiezan negociando los protocolos, que es acaso lo que más fricciones causa entre los humanos, y se acaban negociando los acuerdos que garantizan la estabilidad política. Reconozco que afronté la jornada de este viernes embargado por el pesimismo y, ya ve usted, la concluí moderada, muy moderadamente, esperanzado. A ver si es verdad.

fjauregui@educa2020.es

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