Hoy más que nunca, escribir desde Madrid es llorar. Ser corresponsal en Madrid significa poder explicar por qué un señor de Pamplona o una señora de Santander no pueden venir a la capital estos días, y sí pueden hacerlo, en cambio, miles de jóvenes franceses, por ejemplo, que se preparan para participar en alguna fiesta clandestina, convocados por alguna mafia que las autoridades han sido, hasta ahora, incapaces de detectar.
O significa tener que narrar cómo es posible que, para este fin de semana, se estén dando cita impunemente en Atocha decenas de organizaciones tan violentas o más que aquellas de energúmenos que arrasaron Barcelona protestando contra la detención, por lo demás absurda, de ese mal rapero y peor individuo que es Pablo Hasél. Una ‘cita’ ésta a la que, por cierto, se suman un par de manifestaciones, esas sí legalmente convocadas, a la misma hora y por la misma zona de la ‘reunión’ de los ácratas y demás: una, de pensionistas cabreados y otra, de inquilinos más enfadados aún. Y todo eso, en una de las Comunidades con mayor índice de contagios por Covid de España, el Wuhan hispano. ¿Qué puede salir mal, con tan esperanzadores datos sobre la mesa?
Así que hágame caso si le digo que este fin de semana no venga usted por Madrid*aun en el caso de que pudiera hacerlo, cosa que ya se ve que está difícil -la ciudad y alrededores van a estar fuertemente controlados policialmente_ si no es usted franchute, alemán o sueco. Además, en caso de que por necesidad extrema tuviese que desplazarse a este polo de atracción de todas las tormentas políticas, donde la campaña electoral más tensa y sucia de la historia ya se adivina con claridad, tenga en cuenta que no podrá reservar un alojamiento en casa rural de la sierra ni una mesa en restaurante al aire libre: los pobres madrileños, queriendo festejar el puente de San José y no pudiendo salir del perímetro de la Comunidad, han copado las reservas en busca de un pequeño respiro en este rompeolas y ‘acaparatormentas’ de toda España que es este territorio al parecer dejado de la mano de Dios.
Tiempo tendremos que diseccionar minuciosamente en crónica política el desastre moral, ético y estético, que se vive en la Comunidad que habito, inmersa en tensiones a las que muchas otras zonas del país son ajenas. O donde, al menos, la inmensa crispación no es tan palpable. Pero, por ahora, algo de todo esto hay que decir. Y es que aquí tenemos museos y teatros, sí; pero también las sedes políticas cuyos perversos tentáculos llegan, o lo pretenden, a Murcia, a Valladolid, a Sevilla. A donde pueden, aunque a veces les salgan mal sus pueriles ‘putchismos’, ¿verdad doña Inés, seducida por el guapo Tenorio?.
Y, si no está aún convencido de la degradación moral que vivimos por estos lares, repase usted la sesión de control parlamentario de este miércoles, en el Congreso, ubicado, claro, en la zona parlamentaria de Madrid, que se está convirtiendo en la más peligrosa de todas. Allí, un descerebrado, indigno del acta de diputado, gritó a Errejón, que habló, y bastante bien, sobre las enfermedades mentales: ‘¡vete al médico!’.
Lamentable exabrupto, sin que quien lo lanzó, y me resisto a nombrarle, aún haya sido, que se sepa, apercibido por su partido. También allí nada menos que un vicepresidente, haciendo con los dedos ese gesto chulesco e inelegante que significa ‘money, money’, preguntó al secretario general del partido principal de la oposición que cómo había pagado a los diputados ‘tránsfugas’ de Murcia: «¿de dónde ha sacado usted la pasta, de una constructora?», decía el increíblemente aún vice, sin que, que se sepa tampoco, ni los presuntos tránsfugas ni el secretario general interpelado le hayan llevado aún a los tribunales por calumnia. Que, como todos conocen, es atribuir a otro un delito que no ha cometido.
Quiero creer que la radiografía política de Madrid no se corresponde con la que podría hacerse en otras regiones, Murcia incluida. La historia del Madrid político es abrumadora: casos Kitchen, Tamayo, tantos otros cuya enumeración haría demasiado extenso este artículo. Presidentes autonómicos que han pasado por la cárcel o/y por los juzgados.
Desvergüenza sin límites. Comisiones, espionajes, ‘affaires’ Dina, Villarejo, Monedero, Bárcenas, Cifuentes; yo qué sé. Luchas descarnadas por un poco de poder, y no digamos ya por llegar a ese palacio de falsos mármoles en la Cuesta de las Perdices llamado La Moncloa. Y nadie parece dispuesto a regenerar todo esto en sus programas políticos ante las inesperadas elecciones del 4 de mayo. Puede que ni siquiera haya aún programas políticos -son lo de menos– y, cuando los haya, quizá estarán para olvidarlos cuanto antes. O sea, más de lo mismo.
No, mejor no venga a Madrid este puente, incluso aunque, siendo francés con reserva para fiesta ilegal, pudiera hacerlo. No vaya a contagiarse… de la podredumbre.
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