Más importante aún que los resultados electorales es, en un país con el nefasto sistema electoral español, la manera como los dirigentes políticos lean el mandato emanado de las urnas. Escuchando, en la noche electoral, a los líderes políticos, me sentí de nuevo como en los días finales de abril: decían las mismas cosas que entonces nos llevaron a estas nuevas elecciones. Que si Gobierno de progreso, que si coalición de las izquierdas, que si no vamos a facilitar el proyecto de Sánchez, que si las derechas…
Todos, menos los periféricos de Vox, y si acaso los independentistas, habían obtenido unos malos resultados, por debajo de lo que esperaban. Ninguno parece haber entendido el mensaje: cambien a fondo de una vez. Tendrán que acabar por entenderlo, porque seguir con el ‘yo, yo, yo’ y con el ‘no, no, no’ para desembocar ahora en otras elecciones, allá por la primavera, sería llevarnos directamente al Estado fallido. Y eso sí que no se lo vamos a tolerar ni siquiera en este país de ciudadanía bonancible y algo pastueña, que solo desahoga sus malos humores en las redes sociales.
Y no, esto no se resuelve dando un par de ministerios más a Pablo Iglesias, que ya se siente –es la tercera vez—vicepresidente ‘in pectore’, con despacho en Moncloa y mando en los medios públicos para echar a los que le molestan y poner a los que le gustan (lo siento: la cosa es así). Si el hecho de que el líder de Podemos pudiese tener algún asiento en el Consejo de Ministros no dejaba dormir a Pedro Sánchez antes –el propio Sánchez ‘dixit’–, no veo qué diablos, excepto el complejo de culpa por haberlo hecho todo mal, puede hacer que ahora gire ciento ochenta grados y reciba en los amorosos brazos monclovitas a alguien que, como Iglesias, sabe que le va a causar muchos, pero muchos más problemas que satisfacciones.
Dirá usted que le tengo manía a Iglesias, cuando la verdad es que le contemplo con algo así como a un hijo demasiado travieso que siempre acaba metiendo la pata y metiéndote en un lío. De momento, a pesar de haberse dejado unos cuantos escaños en la gatera, Pablo Iglesias se nos presentó en la noche electoral como si hubiese sido el triunfador de la jornada: le ganó a Errejón, claro, pero su ex amigo tuvo que montar todo el aparato para presentarse deprisa y corriendo, sin infraestructura, sin candidatos…¿Le ofrecerá también a Errejón el consuelo inestimable de recibir su apoyo?
Aquel ‘Gobierno Frankenstein’ salido de la moción de censura acabó mal –empezó también mal—y no veo medio de repetirlo y que salga bien. No saldrá bien con Iglesias, con Esquerra, con alguno de Junts per Cat, quién sabe si con Bildu. No es una cuestión de izquierdas o derechas: es, simplemente, que tal algarabía no iba a funcionar. Dejemos de hacer la cuenta de la vieja a ver cómo sumamos escaños para que Sánchez pueda seguir en La Moncloa aupado por gentes que, más que construir, derriban.
Que, por cierto, yo creo que Sánchez puede y debe seguir: ¿qué es eso que dicen algunos de exigir que se marche a cambio del apoyo del PP o de ¡¡Ciudadanos!!?. Ha ganado las elecciones y debe gobernar, pero, desde luego, nunca en solitario y como le dé la gana, colocando amigotes en las empresas públicas más suculentas y negándose a negociar contrapartidas importantes a cambio de que le faciliten la investidura; como si todo el país estuviese obligado a facilitar su permanencia en el poder por su cara bonita.
Lo único consolador en la a mi modo de ver desastrosa noche electoral fue el atisbo que creímos adivinar en las manifestaciones de Pablo Casado en el sentido de que ahora espera, antes de actuar, a ver los movimientos de Sánchez. O sea, las ofertas a cambio de la investidura. Quizá, al final, desoyendo a quienes le hablan más del bien del partido que del bien de España, el líder del PP acabe facilitando la investidura de Pedro Sánchez, y estoy seguro y confío en que no será gratis. Ni barato: hay mucho que regenerar y no será a base de operaciones de imagen, tacticistas, ‘a lo Redondo’, como se hará.
La pelota está ahora en el tejado de Sánchez, pero para articular soluciones nuevas. Una mayoría ‘transversal’ –¿a qué vino hablar en la noche electoral nuevamente de Gobierno de progreso? Dése usted a sí mismo, señor Sánchez, libertad de movimientos– para enderezar el problema de Cataluña, para hacer una nueva legislación reguladora de las elecciones que evite el bloqueo continuo, para taponar los agujeros que empiezan a verse en la Constitución. Para acometer juntos la reforma de la educación, de la Administración. Hágannos el regalo de una Legislatura de dos años reformistas a tope.
El panorama está abierto. España necesita que sus políticos dejen de jugar como en el patio del colegio a ver quién es más macho. Si no han entendido lo que les hemos dicho con nuestro voto –que ha sido de castigo, empezando por lo de Vox, que va a ser una penitencia dura–, estamos perdidos.
fjauregui@educa2020.es
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