(portada del libro de Manu Menéndez y mío, El Zapaterato, donde se preveía todo lo que ahora está pasando; o sea, que a nadie le ha sorprendido demasiado este ‘alto el fuego’ de la banda. Lamento que algunos sectores piensen que es meramente «más de lo mismo», como medijeron hoy los por otro lado admirables Mari Mar Blanco, Alfonso Alonso y Leopoldo Barreda).
Que ETA anuncie, tras bastantes meses en los que hemos estado esperando a que lo haga, “un alto el fuego permanente y de carácter general, que puede ser verificado por la comunidad internacional”, me parece, en principio, un avance. Al menos, en cuanto que no es un retroceso. Ahora, habrá que ver si no se trata de meras palabras, porque, desde luego, si la verdadera intención de la banda terrorista es dejar para siempre sus actividades criminales, bien podría haber dado algún paso más allá, anunciando la entrega de armas y la reinserción de sus efectivos ‘militares’, por ejemplo.
Siempre he sido, no obstante, optimista sobre el pronto desenlace de una pesadilla para los vascos y para el conjunto de los españoles, y jamás he compartido esa especie de fatalismo que lo exige todo, ya y aquí. ETA, es la verdad, no ha conseguido nada sino hundir a muchas víctimas en la desesperación y el dolor y hacer perder a muchos de los suyos lo mejor de sus vidas en las cárceles. Por lo demás, ni una sola de sus exigencias se ha visto satisfecha, y eso es algo de lo que la sociedad en su conjunto puede sentirse orgullosa.
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El comunicado que hemos conocido, al fin, este lunes es un paso unilateral de una banda acorralada, que está perdiendo incluso el apoyo de los suyos –Batasuna busca cortar los lazos en busca de una supervivencia imposible mientras haya conexiones con el terror–, a la que la sociedad vasca ya no comprende, lo mismo que las instancias internacionales, ya inmunes al victimismo de esos falsos sojuzgados. Ni siquiera los presos, hasta ahora el último baluarte tangible por el que luchar más allá de la quimera imposible de Euskal-Herria, son ya, en su mayoría, ‘de’ ETA: están hartos de consumir sus vidas entre barrotes y, desde la distancia, aprenden que el lenguaje de la banda es puro humo, la búsqueda de un Eldorado inexistente y, para colmo, jalonada por la sangre de los inocentes…que ellos mismos, los presos, vertieron.
Vistas así las cosas, soy, ya digo, optimista. Creo que no es el momento de picar en anzuelos negociadores –todo tendrá su tiempo—. Ni de lanzar las campanas al vuelo, y entiendo tanto la cautela ‘oficial’ del Gobierno, que no puede, empero, disimular que la noticia que ha llegado es buena, como la reticencia, quizá exagerada, de otras instancias. ¿Que hay que utilizar a esos ‘mediadores’, excesivamente comprensivos –y quizá no mal remunerados– con los crímenes que la banda ha cometido? Pues me parece lógico y forzoso, qué quiere que le diga. ¿Que quizá haya que empezar a creer más, aunque en el fondo no se les crea, en las proclamas a favor de la paz de algunos ‘batasunos’ hasta ahora irredentos? Puede que sí.
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Claro que tendremos que tragarnos algunos sapos. Claro que habrá que contener las ganas de cantar ‘victoria’. Claro que las cosas no serán del todo como nos hubiese gustado. Pero, a veces, al enemigo hay que ponerle puentes, no sé si de plata, pero tampoco cortados. En esos frágiles límites habrá que moverse, todos de acuerdo –a ver si eso es alguna vez posible; al menos, en esto–, en los próximos meses si queremos que, de verdad, esa absurda, cruenta y cruel ETA pase definitivamente al olvido. Si alguna vez fue preciso mostrar sentido de Estado, es precisamente ahora.
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