feliz año nuevo. Y tan nuevo…Maaadre mía

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(este será el año del asalto al Parlament catalán, entre otras cuestiones)

La semana, los últimos días de 2019 y los primeros de 2020, van a ser de infarto. Con el problema de Cataluña cada vez jurídicamente más enquistado, más enrevesado. La investidura de Pedro Sánchez depende lo que en las próximas horas diga la Abogacía del Estado –el diario catalán Ara, cercano al independentismo, dice que los servicios jurídicos del Estado avalarán que Junqueras pueda recoger su acta–, de lo que en los próximos días diga la Junta Electoral Central –dicen que se inclinan por inhabilitar cuanto antes a Torra–, de lo que actúe el Tribunal Supremo. Aunque, para entonces, lo que diga o no el máximo órgano de la Justicia puede llegar tarde. En fin, menuda entrada de año. Un año en el que va a pasar de todo, y ese ‘todo’ tiene mucho que ver con la posición de España en el mundo…y como Estado.

Creo que nunca, desde aquel 1976 en el que estrenábamos un incierto posfranquismo, hemos transitado de un año a otro en medio de tantas inseguridades jurídicas, políticas, internacionales y hasta, si se quiere, económicas, porque son bastantes las trompetas que nos dicen que una cierta recesión viene para quedarse algún tiempo. Pero lo importante, aquí y ahora, lo urgente, es la situación política: cuándo, cómo, con quién, con qué programa, con qué ministros –ya empiezan a consolidarse las quinielas de ‘ministrables’–, tendría lugar esa investidura de Sánchez, que depende de la futura situación penitenciaria de un hombre condenado a trece años de cárcel por sedición, entre otros delitos relacionados con un intento de golpe contra el Estado, nada menos.

La tercera década del siglo se inaugura entre balbuceos jurídicos, retorciendo normas y leyes a ver si así Esquerra facilita la investidura de Sánchez y ese ‘Gobierno de progreso’ entre PSOE y Unidas Podemos que nos llevará a tener un vicepresidente tan atípico en Europa como Pablo Iglesias. Entre otras cosas, claro. Ahora no todo depende de la Abogacía del Estado, que se debate internamente a la hora de dar el ‘sí’ al Ejecutivo, representado por esa ministra de Justicia que no durará mucho en el cargo; ahora también la Junta Electoral Central, instada por la oposición, se escinde entre inhabilitar ya mismo a Torra, antes de que decida el Supremo, o no hacerlo. Jamás en la historia se había dado cosa semejante.

Y eso, por supuesto, también influirá en la investidura. Es decir, influirá en si este primer trimestre de 2020 tendremos o no elecciones anticipadas –yo creo que será no, pero veremos–, en si Puigdemot-Torra convocarán o no elecciones autonómicas (plebiscitarias, es de temer) en Cataluña…Influirá, en fin, en cómo va a ser una Legislatura sustentada en un muy inestable equilibrio, en el que lo que suceda en el Parlamento dependerá en buena medida de ERC, que quiere hacer de las Cortes plataforma para su asalto al Parlament catalán primero y su salto a la independencia no mucho después. Porque ha sucedido justo al revés de lo que debería, a mi juicio, ser: en lugar de exigírseles acatamiento a la Constitución para seguir negociando con ellos, los de Esquerra se reafirman sin tapujos en que quieren seguir con la vía secesionista. Y lo proclaman alto y claro, mientras el otro negociador, el PSOE, calla en las tinieblas, temeroso de perder la moqueta monclovita.

Gestionar todo este inmenso barullo, que afecta a las máximas instituciones del Estado (sí, incluyendo al Rey), a la unidad de la nación, a la tranquilidad de todos nosotros, a la imagen exterior de España, exigiría un conjunto de estadistas al frente del barco de la nación. Salvo error u omisión, no los hay. Y, sin embargo, es apremiante lanzar ya ese programa reformista, regeneracionista, que precisa del concurso de todas las fuerzas que asumen la Constitución y también que hay que reformarla desde la concordia. Esa sería una noble tarea para 2020, en lugar de pasarnos todo el año achicando el agua que se cuela por los boquetes que el propio capitán del barco, sin más rumbo que el nor-noroeste Moncloa, y su oficialidad, y sus grumetes, abren cada día.

Así que 2020 puede ser un año feliz, esperanzador, o todo lo contrario, que es lo que ahora se apunta y lo que se apunta a creer una mayoría de los españoles, según un sondeo de Gallup. Lo que sí es seguro es que va a ser un año nuevo, en el que seguiremos conociendo lo que nunca hasta ahora habíamos conocido. Y no sé si eso casa con la definición de una democracia perfecta, que debe ser, dicen los suizos, aburrida. Pues de eso, nada. En fin, feliz año, si nos dejan.

fjauregui@educa2020.es

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