Supongo que lo políticamente correcto es decir que Gallardón jugó el mejor partido posible, que concitó la ilusión de todo el país, que perdió con honor. Y todo eso es cierto. Pero me parece que ha llegado la hora de frenar las alcaldadas de nuestro primer alcalde, las subidas de impuestos a traición, las arbitrariedades, el faraonismo, las obras insoportables para el ciudadano y perfectamente innecesarias (claro que eso ocurre en tantas otras ciudades españolas, gracias al inefable Plan E).
Hace tiempo que critico, supongo que duramente, a Gallardón. Para mí, lo reconozco encarna el estilo insoportable de hacer política: la que empeora la vida del ciudadano que, encima, paga sus excesos y sus ambiciones. No le quiero de presidente del Gobierno de mi país, ni de regidor de la Villa que he de sufrir. Por mí, que se marche y deje sitio a alguien que piense menos en él mismo y más en los hombres y mujeres que transitan –cuando les dejan– por la calle. Así, como suena. Y me parece que hubiese dicho lo mismo si hubiese ganado, tras felicitarle. Pero verán cómo se queda, con su despacho-plaza de toros y su –nuestra– deuda.
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