A los políticos, cuando la necesidad aprieta, o incluso cuando no aprieta, se les ocurren ocasionalmente ideas para salvarnos. También aun cuando los ciudadanos –he estado a punto de escribir: súbditos—no queremos que nos salven. O no así, como ellos proponen, al menos. Conste que no hablo solamente del Gobierno de aquí y ahora. De ninguna manera: todo el que accede a un cierto poder, sea donde fuere, tiende a mostrarlo contundentemente a todos aquellos a los que representa. Pero en este caso, porque la actualidad manda, sí tengo que hablar especialmente de ‘este’ Gobierno; porque confieso que, a la vista de los precedentes, tiemblo pensando en lo que pueda ocurrir en el Consejo de Ministros de este viernes. El pasado ya vimos que, con nocturnidad, alevosía y sigilo, impusieron nuevas –y para mí, y para muchos, inútiles- limitaciones de velocidad. ¡Y la que se ha armado! Así ¿con qué nos pueden sorprender en este Consejo?
La verdad es que las hipótesis que han circulado en las últimas jornadas –quiera Dios que no se confirmen—resultan muy poco tranquilizadoras: hemos visto cómo el responsable del Departamento de Industria baraja ideas luminosas –perdón por el tópico, facilón pero casi inevitable–, como sustituir todas las bombillas del Reino, parte de los neumáticos de nuestros automóviles, cerrar al tráfico el centro de las ciudades, prohibir los coches con determinado combustible o hacernos pagar un peaje a quienes tengamos que entrar en la capital desde las ciudades-dormitorio para ejercer nuestro trabajo. Tampoco se han olvidado de meter en la computadora la posibilidad de prohibir determinados días de la semana la circulación de vehículos con matrículas pares y los restantes, las impares. Con lo que solo podrían usar el coche todos los días quienes tengan dinero suficiente para comprar dos vehículos, uno par y otro impar.
Cuando te echas las manos a la cabeza ante tanto desvarío, te argumentan, como verdad indiscutible, que en Estados Unidos la limitación de velocidad es aún mayor, que en Roma pusieron en marcha lo de las matrículas pares o impares, que en Londres el centro está vedado al tráfico, que en no sé qué otro lugar se cobra un canon a los que llegan en sus automóviles de fuera de la ciudad…No entiendo por qué tenemos que copiar solamente lo peor para el ciudadano, ni por qué acumular todas las incomodidades de una manera preventiva, simplemente por si acaso; por si acaso se encarece el petróleo, por si acaso falta el combustible…A este paso ¿qué dejaríamos para un estado de verdadera catástrofe? Es la guerra: cuerpo a tierra, que vienen los nuestros. Jo, y luego nos llaman frikis y acratoides…
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