Me resulta difícil recordar alguna semana, desde la restauración de la democracia, más lesiva que esta que termina para la imagen de esa mal llamada ‘clase política’. Los rifirrafes en las sesiones parlamentarias de control al Ejecutivo producen una impresión devastadora sobre el Gobierno y, en menor medida, pero también, sobre la oposición. La sal gorda, la falta de talento en el ataque y la defensa, la mala educación, el estruendo de una ministra gritando, descompuesta, desde su escaño azul, son imágenes y sonidos que no logran ocultar, sino que refuerzan, una verdad de fondo: el Gobierno está hecho unos zorros. Y la oposición, también.
Llegamos a la breve tregua de la Semana Santa, a menos de un mes de la primera de tres elecciones clave que se producirán en un período de cincuenta días, con un Gobierno en el que se adivinan síntomas claros de descomposición. Algunos ejemplos: distanciamiento respecto de su coaligado Sumar, que a su vez revela su debilidad interna precisamente cuando se funda a sí mismo como partido; obvio distanciamiento entre las dos primeras vicepresidentas –la tercera quizá esté pensando en un puesto de eurocomisaria–; falta de coordinación en temas tan serios como las hipótesis de que la guerra se extienda a toda Europa, con el mismísimo Pedro Sánchez matizando a su ministra de Defensa; desacuerdo total sobre la retirada de los Presupuestos…¿quiere usted que siga o ya basta con todo lo citado? ¿O deberíamos hablar también del PSOE que sustenta al Gobierno y que está inmerso en la ofuscación y en la impotencia sobre cómo manejar el ‘Koldogate’, limitándose a esperar a que la tormenta escampe y se olvide?
Una circunstancia, esta de un Gobierno cuyos componentes y apoyos externos muestran los síntomas de un ejército de Pancho Villa, que bien podría haber sido aprovechada ya por la oposición, y me refiero concretamente al Partido Popular, porque Vox ya ha dado muestras bastantes de estar desnortada. Pero el PP, perdido en la confección de unas candidaturas electorales que, en los casos de las catalanas y las europeas, no acaban de cuadrarle, también evidencia un alarmante desconcierto. Y este desconcierto se acentúa cuando vemos a los ‘populares’ sin saber muy bien a qué carta quedarse ante la descomposición de Ciudadanos, que resulta más patente aún si cabe desde que su secretario general, Adrián Vázquez, abandonó la formación centrista para probablemente pasar a ser el número seis o siete en las listas europeas del PP.
He disfrutado algunos días en lo que fue el feudo gallego de Núñez Feijoo y he comprobado que muchos de sus simpatizantes y correligionarios no esconden una cierta decepción ante ‘el Feijoo de Madrid’, en contraposición al que fue ‘el Feijoo de la Xunta’. La endeblez de los equipos, unida a una falta de estrategia definida para hacer frente con elegancia, o incluso ignorar, los chabacanos ataques procedentes del Gobierno, muestran que el principal partido de la oposición no saca rédito a la más que patente mala racha de un Ejecutivo, el de Pedro Sánchez, que ha perdido hasta la baza del relato frente al enemigo público número uno del Estado, Carles Puigdemont.
Y así, hechos unos auténticos zorros, llegan los dos principales partidos, que mejor harían en tratar de vertebrar la política de España, a las elecciones vascas, a las catalanas, a las europeas. Sin más mensaje que pedir la inhabilitación de Sánchez, por un lado, o la dimisión de Díaz Ayuso, por el otro. Mal podrán, así, ilusionar a sus respectivos electorados, aunque, claro, tampoco es que los otros partidos nacionales anden muy boyantes que se diga. Mírese hacia Vox, forzado a hacer pasar como suyos los éxitos electorales de correligionarios extranjeros; o hacia Sumar, en su triste, átona, conversión formal en partido. Y de Ciudadanos o Podemos ya ni hablamos, porque ¿para qué perder el tiempo?.
Lo que ocurre en los partidos políticos españoles, que pierden a ojos vista fuerza e influencia frente a los nacionalistas y separatistas, no es más que el reflejo de una seria crisis moral e intelectual en la política española, que se extiende, claro, a las instituciones, desde las judiciales hasta las legislativas. Los tres poderes de Montesquieu hechos, ellos también, unos zorros. Nunca como ahora se evidenció más la necesidad de una regeneración a fondo, pero ¿quién regenerará lo tan profundamente degenerado? Atención, que el culebrón continuará tras las minivacaciones de Semana Santa, que sospecho que ‘ellos’ aprovecharán para seguir maniobrando en la oscuridad.
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