Leo a un columnista, que, en mi opinión, a veces (casi siempre) abraza posiciones en exceso extremas, que “los sindicatos están proponiendo un golpe. De mano o de Estado”. Nada menos. No puedo compartir esta apreciación, que, además, me produce una cierta inquietud: o no entendemos el papel de los sindicatos, cuya obligación es, desde luego, oponerse a una reforma que tanto entusiasmo genera en la patronal y que tanto debate social concita, o hemos decidido suprimir ya de un plumazo a las organizaciones de trabajadores, lo que nos dejaría sin un equilibrio imprescindible.
Pienso, desde luego, que los sindicatos ‘de clase’ (incluso esta denominación me parece ya desfasada) tienen que replantearse muchas cosas, en sus dogmas y en su funcionamiento. Es una reforma táctica y estratégica en toda regla la que necesitan tanto CC.OO como UGT. Y por supuesto no pienso en participar en una huelga general que me parece inconveniente, inoportuna, precipitada y susceptible de causar más daños que beneficios, especialmente por lo que se refiere al papel de España ante esos inmisericordes ‘mercados’ o ante los aún más desalmados ‘cabezas de huevo’ que rigen la UE. Ojalá esa ‘jornada de lucha’ (también la he oído llamar así) no llegue a celebrarse porque todos lo impidan gracias a la negociación entre las partes.
Pero una cosa es discrepar de una convocatoria de huelga general y de algunos eslóganes de ‘sal gorda’ que escuchamos en las manifestaciones y otra, muy distinta, decir que los sindicatos preparan golpe alguno, en connivencia –también hay quien lo va diciendo—con el principal partido de la oposición. Tampoco creo muy acertada la línea –o la falta de ella– que está caracterizando esta reciente etapa del PSOE, pero me niego a compartir las voces que acusan a los socialistas de intentar cambiar en la calle lo que han dictaminado las urnas.
Estamos, temo, ante una nueva expresión de las dos españas, las que se sitúan siempre en los extremos radicales. Lo que más me duele es comprobar que a quien más se escucha casi siempre es a quien grita más y a quien más se venera es a quien tira la piedra más lejos que nadie. Sobre todo, a quien la tira más lejos de la realidad y del sentido común que nadie.
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