Asisto desde una enorme distancia política, pero con pasón periodística, a esa pela, que se encona, entre Gómez y Jiménez. Que es mucho más, creo, que una ‘batalla de Madrid’. A Zapatero, que ya se la jugó bastante designandoo a MIguel Sebastián como candidato a la alcaldía –rotundo fracaso, como se esperaba– , esta vez las cosas le pueden salir aún peor.
No me decanto por ninguno de los dos –pienso que un periodista jamás debe hacerlo–, pero sí me fascina el órdago lanzado por Gómez, en cuyo favor se han decantado algunos significativos colaboradores de diariocritico –Julio Feo y la concejala y ejecutiva del PSM Carmen Sánchez Carazo,
por ejemplo–. Y es que pienso, como ya empiezan a pensar muchos, que Gómez, quizá sin prfetenderlo inicialmente, se ha convertido en un banderín de referencia. No sé si frente a Zapatero, pero sí, desde luego, frente a José Blanco, a quien un asiduo corresponsal de este blog, Bruno Pérez-Salado, definió con ingenio como una especie de conde-duque de Olivares.
Incluyo aquí, al respecto, el último artículo que envié esta mañana como columna sindicada en Off the Record:
La guerra de sucesión
Fernando Jáuregui
Las circunstancias políticas, tan particulares, que vive el país hacen que esta vez la ‘batalla de Madrid’, ya en pleno apogeo, no esté solamente circunscrita a la capital y su Comunidad autónoma; estamos ante una verdadera guerra de sucesión, y hay muchos observadores que miran hacia La Moncloa mientras disfrutan de esta batalla madrileña. La pelea –porque pelea, legítima y puramente política, en buena lid, es—en el socialismo entre Tomás Gómez, secretario general del PSM, y Trinidad Jiménez, aún ministra de Sanidad, va a trascender las elecciones municipales y autonómicas que se celebrarán dentro de nueve meses.
Porque, queriéndolo o no, Gómez se está convirtiendo en un símbolo de resistencia frente al poder de Zapatero, que, aunque nunca explícitamente eso sí, ha otorgado sus favores a la ministra. Y, de paso, el ex alcalde de Parla es un referente para quienes piden mayor democracia interna en el PSOE, que las cosas se hagan de otra manera y que el poder de algunos en el seno del partido, con referencias muy claras a José Blanco, tenga sus limitaciones.
Así, casi sin que nadie se dé cuenta, Tomás Gómez, una figura que presenta evidentes claroscuros como posible ‘delfín’ de un Zapatero al que algunos presumen en el inicio de la cuenta atrás, se está convirtiendo en una especia de alternativa a medio plazo. Y tengo para mí que quienes le aconsejan le indican que debe potenciar ese papel: él, le dicen, no solamente debe aspirar a ser el candidato para batir a Esperanza Aguirre en la lucha por la presidencia de la Comunidad de Madrid. Debe dar la imagen –como la dio la propia Aguirre, cuando trató de levantar bandera alternativa frente a Rajoy— de que le interesa la política nacional. Y la internacional. De que va a por todas. Y ‘todas’ significa que podría ofrecer guiños en el sentido de que es capaz de representar esa manera alternativa de hacer política de partido, de que puede plantar cara a una Ejecutiva federal que apoya a su contrincante interna y, sobre todo, de que es capaz de resistir la presión del omnipotente –o eso parece él imaginarse—‘Pepe’ Blanco.
Blanco, en plena fiebre de poder, está abriendo muchos más cajones de los que es capaz de cerrar: no es solamente que haya tropezado con la piedra Gómez. Es que esta semana hubo de salir ante los medios, acompañando a la mismísima vicepresidenta segunda del Gobierno, para escuchar cómo la implacable Elena Salgado desautorizaba el ‘globo sonda’ lanzado el día anterior por el ministro de Fomento en el sentido de que podríamos encontrarnos con una subida de impuestos a la vuelta del verano. A saber qué registros tocó Salgado, qué amenazas profirió, en esas horas para lograr tan rotundo triunfo de imagen tras la imprudente salida de su colega en el Consejo de Ministros.
Me parece claro que, si alguna vez Blanco tuvo aspiraciones sucesorias de algún tipo –que yo creo que su ambición política se detenía en obtener una vicepresidencia ante una futura, necesaria y sin embargo demorada, crisis de Gobierno–, en este verano, desafortunado para él, se habrán disipado bastante.
De lo que ya, tras este agosto lleno de llamadas subrepticias, presiones y tensiones subterráneas –no circunscritas, como digo, a Madrid–, no podemos dudar es de que se ha abierto una brecha en el zapaterismo. Que el propio ex asesor ideológico de Zapatero, José Andrés Torres Mora, se haya decantado por el contrincante de la ministra Jiménez es todo un dato. Como lo es que una perpetua referencia moral del partido como Gregorio Peces-Barba, cuyas reuniones con Gómez en Ribadesella han trascendido a los confidenciales, se haya decantado también por el hombre que tuvo la osadía de enfrentarse al ‘aparato’ hasta ahora monolítico que encabezaba ZP. Ya digo: la ‘batalla de Madrid’, Comunidad siempre inestable políticamente –y no hablo solamente del PSOE, desde luego–, va mucho más allá de la capital. Esta vez, a Zapatero puede estallarle en las manos el cohete de las frívolas fallas madrileñas.
fjauregui@diariocritico.com
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