Goya sigue de actualidad, ay

El 2023 en el que ya nos adentramos, y que este lunes conoce ya el pistoletazo de salida hacia las elecciones no tan lejanas, va a ser año pródigo en goyescos duelos a garrotazos, tan hispanos. Comenzando por dos batallas absurdas, netamente políticas, aunque una de ellas tenga como escenario el Tribunal Constitucional. Por un lado, seguimos atónitos la enconada pugna en Ciudadanos, un partido centrista necesario a punto de fenecer por sus propios errores, que tendrá su punto culminante este fin de semana, en un congreso extraordinario donde explotará la rivalidad entre Inés Arrimadas y Edmundo Bal. Y, por otro lado, en las próximas horas se dilucidará quién presidirá el Tribunal Constitucional en una disyuntiva que muy pocos, o quizá nadie, entienden en una institución que se quiere prestigiosa.

Lo de Ciudadanos bordea el ridículo. Un partido al que los sondeos con unanimidad vaticinan la catástrofe absoluta ante las urnas, si es que hasta ellas llega, se desangra para lograr, al final, nada. Una muestra más de la inanidad de la política española, consumida en batallas por el poder personal y en errores de libro siempre con ese poder, y no con el bien del país, en el punto de mira. Bien ido estará el partido que fundó, con enormes expectativas y con grandes oportunidades, un Albert Rivera que se equivocó, al final, en todo, sin que su sucesora, Arrimadas, haya tenido muchos más aciertos, desde su ‘huida’ de Cataluña –donde había ganado las elecciones– hasta su loco intento de moción de censura contra el Gobierno murciano. Lo malo es que en España hace falta un partido netamente centrista, bisagra. Como el comer. Y siempre, desde la UCD, los intentos de consolidarlo han fracasado. Quizá porque la legislación electoral sigue siendo la equivocada. O, más probablemente, porque España es mal terreno para la equidistancia entre los extremos.

Claro que peor es el espectáculo que se nos ofrece en el Tribunal Constitucional, donde, salvo maniobras y pactos orquestales en la oscuridad de última hora, dos candidatos compiten por la presidencia del máximo órgano de garantías, tan desgastado por lo ocurrido para su renovación en las últimas semanas. Los magistrados se han comportado como auténticas terminales obedientes a los partidos que los seleccionaron, y todo indica que esta semana votarán de acuerdo con las indicaciones de ‘sus’ políticos para situar en la presidencia a Cándido Conde Pumpido, odiado por la derecha, que le considera un ‘filosocialista’, o a María Luisa Balaguer. Una magistrada de ideología fuertemente izquierdista, por cierto, y muy paradójicamente apoyada por la oposición conservadora: todo con tal de que no salga don Cándido…

Claro que esta situación refleja el absurdo en el que ha caído nada menos que la institución que tiene la última palabra en lo que se refiere a la interpretación –siempre demasiado laxa, flexible y hasta sectaria en España– de la Constitución. El Gobierno ha logrado situar en el TC a sus poco idóneos peones (también lo hizo el PP, de manera similarmente descarada) y ahora cuenta con una relativamente cómoda mayoría en el Constitucional. ¿Significará eso que será Conde Pumpido el elegido? Ello seguramente facilitaría una nueva era de más de lo mismo, de duelos a garrotazos en un Tribunal que es mucho más que eso y del que todas las formaciones políticas han tratado, desde tiempos inmemoriales, de apropiarse.

Yo diría que este es el pórtico de lo que va a ir ocurriendo en un año que se prevé, si nadie lo remedia, pródigo en broncas, en ese marco inútil y odioso de confrontación que marca no solo las precampañas electorales (once meses interminables quedan para las generales, cuatro meses y veinte días para las municipales y autonómicas), sino, véanse las sesiones de control parlamentario al Gobierno, toda la vida política nacional. Y atención a las manifestaciones callejeras y a la moción de censura que vienen ya este enero, impulsadas por sectores próximos a Vox. Lástima, en fin, que la magnífica pintura negra de Goya siga estando tan de actualidad, y no precisamente por sus evidentes méritos artísticos.

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