Algo tiene este ambiente mágico que genera el fútbol que es capaz de levantar, cuando el marcador ayuda, los ánimos más decaídos. Lo digo porque detecto un estado de nacional-euforia que hoy prima sobre el nacional-pesimismo que ha venido siendo la tónica en el estado de espíritu de los españoles hasta que ‘la roja’ empezó a hacer estragos. Eso sí, estragos…entre equipos claramente de menor talla. Y Paraguay, contra la que España juega este sábado, figura, en teoría, entre estos últimos. Así que lo previsible es que afrontemos las próximas horas con el chisporreteo de alegría en los ojos que caracteriza a los vencedores: a ver si dura el guay del Paraguay…
Es curioso, pero en el futbol todos nos hermanamos, excepción hecha, claro, de esa gente fanatizada o avinagrada que prefiere declararse catalán, vasco o futbolísticamente agnóstico antes que seguidor del equipo nacional, cuyo triunfo no desean. Pero, quitando a estas ‘rara avis’ de mal agüero, hay una sola bandera y un solo himno en los campos sudafricanos en los que esta ‘roja’ viene imponiendo su ley. Que no digo yo que avanzando por los procelosos mares hacia la final en el mundial se vayan a resolver los problemas territoriales de siglos, los resentimientos de décadas, ese complejo de inferioridad, tan hispano, que tantas veces nos aqueja. Pero sí es cierto que algunos de los desencuentros que constituyen nuestra cainita identidad nacional se atenúan en contacto con esta mágica ilusión colectiva que consiste en traerse una copa del mundo a España. A España, sí, y a mucha honra.
Tomen nota nuestros políticos, los ‘opinion makers’, los especialistas en mercadotecnia: hay un tal Villa que está haciendo más, como cabeza visible de un equipo de once que corren tras un balón,
por la vertebración de España que generaciones enteras de ministros. Siento decirlo, pero así es. Lo dicho: guay del Paraguay. Y si, encima, mejoran las cifras del paro –que sí, que mejoran, aunque alguno se empeñe en que no–, pues más guay.
Por cierto, mi porra: 3-1 (si juega Torres, 2-1)
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