El follonero president de la Generalitat, Quim Torra, el pirómano que aviva todos los incendios, quiere verse con el Rey y con Pedro Sánchez. Consideración merece la audaz propuesta de quien decía, hace semanas, que Felipe VI no es el rey de los catalanes y se negaba a recibirle en ‘su’ feudo. Y, sin embargo…
De entrada debo advertir que muy probablemente haya bastantes lectores que estén en desacuerdo con esto que escribo; al fin y al cabo, la sentencia del ‘procés’ constituye un nuevo pretexto para que las dos Españas se enzarcen en otro, interminable, combate: hay quienes consideran la decisión del Tribunal Supremo insuficiente –y se alegan múltiples teorías conspirativas para decirlo–, no faltan los que la consideran excesiva –y entonces los más extremistas y locos se lanzan a ‘tomar’ el aeropuerto del Prat, o de Tarradellas, cuya memoria ellos no aman–. Y estamos los que nos situamos en una posición puede que equidistante: el Estado de Derecho ha vencido, pero no debe exagerar en las penas. ‘Summa lex, suma iniuria” debe ser siempre, creo, la máxima de un Estado que se quiere plenamente garantista.
Quizá por eso, y porque este delicado momento es el de la moderación, pienso que es llegado el momento de que el vencedor, el Estado, retome ‘desde arriba’ el contacto con el vencido, en este caso quien sigue siendo, muy a nuestro pesar eso sí, el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya.
Reconozco que albergo pros y contras acerca de la conveniencia –ya sé que ni se considerará la cuestión; entiendo, simplemente, mi deber hacer este apunte—de que el jefe del Estado, que lo es de todos, también de Torra, lo reciba en audiencia. Sí creo decididamente que debería hacerlo, pero en La Moncloa, sin concesiones, sin permitir a su visitante alharacas y montajes publicitarios, Pedro Sánchez. Para dejar muy claro al hombre que busca la confrontación que eso es precisamente lo que el Estado no quiere y va a evitar: la confrontación que Torra y su mentor en Waterloo desean, aunque cada día sean más los independentistas que, con Esquerra Republicana a la cabeza, buscan vías menos traumáticas, menos lesivas para Cataluña, que las que Puigdemont y su discípulo pretenden.
Sé perfectamente que Torra no quiere diálogo, sino patentizar el victimismo; no desea soluciones, sino que el templo se hunda, aunque le arrastre a él mismo. Precisamente por eso, creo que el Estado de Derecho le tiene ganada la batalla de la imagen –y, pensando en Europa y en el mundo, ganarla es muy importante—a poco que se esfuerce y no cometa (más) errores. NO me parece que sea la hora de los ‘halcones’, que, olvidando que el fin de la pena es evitar la repetición del delito, y no el mero castigo del delincuente, como decía Beccaria, buscan la máxima dureza penitenciaria para unos golpistas que, naturalmente, han de recibir su castigo, pero, sobre todo, han de recibir una lección. Nunca más.
Y esto lo deben saber Torra y su reducto de inasequibles al desaliento. Y quizá el presidente del Gobierno central en funciones tenga que decírselo a la cara, porque él también es el presidente de Torra, como el Rey es el jefe del Estado español en Cataluña, faltaría más, por mucho que este fanático niegue una evidencia que el Estado debe esforzarse en reforzar.
Sí, hemos ganado. NO creo que la sentencia cierre todas las heridas –parece haber abierto, por el contrario, muchas que son artificiales, fruto de la intransigencia y de la falta de respeto al tercer poder–; pero se ha garantizado el cumplimiento de la ley, por más que las penas impuestas, y su posterior dulcificación penitenciaria, gusten o disgusten a una u otra España. Ha pasado el momento de los exaltados y de los que quieren hacer campaña electoral predicando el palo y nunca la zanahoria. También esto hay que decírselo a Torra, ciudadano español, que ha perdido este lance y a quien, me parece, no se puede dar el gustazo de ir proclamando que no han querido recibirle, aunque sea para lanzar sus insensateces y luego ir proclamándolas a la prensa en la librería Blanquerna y en algunos periódicos europeos acogedores.
Sí; creo que yo recibiría a Torra, el vencido, para decirle a él, y al mundo, que España es una nación abierta, dialogante, amante de la paz y de las leyes, con todo lo perfectibles que estas sean y por mucho que admitamos que algunas se han quedado obsoletas para hacer frente a situaciones inicuas, como la que se planteó en octubre de 2017. No se trata de humillar a nadie, ni siquiera a este hombre que tanto daño ha hecho, pero conviene recordarle a este alevín de Companys en versión ridícula que, simplemente, ha perdido. Y que se inaugura una nueva era en la que ni él ni sus ideas tienen ya sitio en la política española. O sea, también catalana.
fjauregui@educa2020.es
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