Discuto mucho estos días con algunos de mis compañeros. También con políticos, del partido gubernamental y del de la oposición. Les digo que me parece que hay que combatir ese cierto pesimismo que detecto con respecto a lo que pueda ocurrir con ETA. Los detractores del proceso hablan demasiado, me parece, de treguas-trampa, de intento desesperado de Batasuna-ETA por concurrir a las elecciones municipales, de negociación subrepticia del Gobierno con la banda…Yo creo que hay motivos sobrados para el optimismo, para desterrar los fantasmas y para pensar –ya sé que alguien me acusará de ingenuo: tal vez lo sea—que, esta vez, las palabras podrían responder a los pensamientos reales de quienes las pronuncian.
En absoluto me escandaliza que haya, como sugieren algunas informaciones prontamente desmentidas oficialmente, contactos entre socialistas vascos y miembros de la ya extinta Batasuna. En mi opinión, tales contactos, incluso desde el Gobierno o aledaños, resultarían casi obligados: hay que tratar de conocer las verdaderas intenciones de quienes fueron –y me parece que ya no son—el ‘brazo político’ de ETA, y eso solamente se logra cara a cara, en conversaciones francas, que de ninguna manera significan negociación, ceder algo a cambio de algo.
Manifiesto mi confianza en la actividad en este campo –lástima no poder extender esta confianza también a otros terrenos—del Gobierno de Zapatero-Rubalcaba. Obviamente, seguro que ninguno de los dos puede narrar el ‘making off’ de la película desde que concluyeron, abrupta y fracasadamente, las negociaciones con la banda, pero ellos tienen, sospecho, motivos para creer que la solución a cuarenta años de pesadilla puede estar empezando a llegar. Y si, para ello, hay que hablar con Otegi, pues se habla (¿y si hay que liberarle?). Si hay que mantener contactos con esos ‘abertzales’ dispuestos a abominar de la violencia y a romper con los fanáticos que aún le quedan a ETA, pues se mantienen. ¿Y qué? No creo que ni el estado de derecho, ni el respeto debido a las víctimas –nuestros héroes–, ni nuestra autoestima como gentes que combaten el horror y el terror, vayan a sufrir lo más mínimo por ello.
Ojalá no me equivoque en esto, como quizá me haya equivocado en otros momentos de raro optimismo –no confundirlo con algunas previsiones exageradas e impertinentes lanzadas, con claros propósitos, por algunos ministros–: creo que debemos prepararnos para una racha de buenas noticias. Matizadamente buenas, con claroscuros, con titubeos, si usted quiere; pero, al final, da la impresión de que ETA se está muriendo, Dios sea loado.
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