El costumbrismo habitualmente me interesa menos que las salidas de tono políticas, que las ocurrencias de los gobernantes o que esas ‘payasadas’ que tan de moda se están poniendo, sobre todo desde que se practican por parte de algunos independentistas catalanes y de quienes los replican. Pero si todos estos elementos se unen es ya otro cantar. Y cuando el españolísimo piropo es el centro de la cuestión, pues qué quiere que le diga: que siempre puede ser objeto de comentario el que se busque un brusco viraje en los usos y costumbres carpetovetónicos. Sobre todo, si el tema te da la oportunidad de, por una vez, no escribir sobre Lo Único, que me parece que tan hartos tiene ya a los españoles, catalanes, claro, incluidos.
No, no es que me parezca mal que la Junta de Andalucía, a través de los institutos correspondientes, lance una campaña contra los piropos callejeros, que son “una forma de violencia de género socialmente aceptada”, dice el Gobierno de doña Susana Díaz. Bajo el lema ‘no seas animal’, esta campaña divide a los hombres piropeadores entre los que lanzan piropos de lejos (‘gallitos’), ‘cerdos’ (los que gritan ordinarieces); ‘buitres’, siempre al acecho; ‘pulpos’, que se arriman cuando pueden y ‘buhos’, que no quitan ojo a las mujeres.
Ya digo: no es que me parezca mal. Han conseguido distraernos de la angustia ante lo secesionista y ante lo absurdo, y han logrado que las redes sociales apenas hablen de otra cosa, que era a lo mejor de lo que se trataba. Pero yo animaría a la Junta andaluza, ya que se mete en estas veredas, a distinguir entre piropos y piropos, entre comportamientos nauseabundos y miserables y lo que antes se llamaba galantería. O, incluso, se llamaba, y se llama, frivolidad galante de barra de bar.
No vaya a ser que, como siempre que se exacerban las cosas –lo que en España es tan corriente–, se caiga en comportamientos y discriminaciones injustos, cuando no en el ridículo de erigirnos en Savonarolas de cualquier conducta inocente; el piropeador no es un acosador ni un delincuente, o al menos no tiene por qué serlo. Puede, eso sí, ser mal educado y hasta zafio. Pero cada conducta en particular envilece o ensalza a quien la practica, sin necesidad de juzgadores/as que vayan a lapidar a nadie. Claro que ya sabemos que a veces los tuiteros-justicieros, que tanto daño están haciendo a la convivencia en este país nuestro, no distinguen entre unas cosas y otras; todo lo confunden, no se paran en detalles a la hora de tirar la primera y la segunda piedras.
Son a veces, por cierto, esos mismo tuiteros a los que les parece tan bien casi todo lo que hace Trump, sobre quien tantas sospechas caen en relación con su comportamiento con el otro sexo. Pero claro, Trump es lo que es, algunos productores y directores cinematográficos son lo que son y el mero viandante es, en cambio, alguien que no puede defenderse de la fiscalía de los fariseos. Nos lo han dicho algunas actrices francesas, que seguro que saben mucho de piropos y hasta de acosos: no conviene exagerar porque se produce el ‘efecto boomerang’. Y se puede caer en lo patético.
Me parece que esta campaña, sin duda muy bien intencionada, hace, como algunas salidas de tono ultrafeministas –o ultramachistas–, muy poco por la verdadera igualdad entre el hombre y la mujer. Que ya ha conseguido, me parece, situarse por encima del paternalismo de quienes no tienen cosa mejor que hacer que estas campañas, tan ‘antiparitarias’, en una Junta, la andaluza, que, por cierto, funciona bastante mal en temas que afectan mucho más a la vida diaria de los ciudadanos. Y de las ciudadanas, claro.
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