Pues claro que hay que empezar a pensar en cambiar –ya mismo– la Constitución de 1978, ahora que entramos en la semana del 34 aniversario. Hay que gobernar de otro modo, hay que afrontar el ‘problema territorial’ –porque problema es– con otra estructura legal, hay que cambiar la injustísima normativa electoral, que está frenando la evolución de los partidos, hay que…Pufff, cuántas cosas habría que hacer en la España que está llamando a las puertas del futuro, de ese 2020 que es una línea roja’ para estar en donde está la locomotora, no casi en el furgón de cola, teniendo un país más democrático, más justo, más moderno, más evolucionado en sus estructuras mentales.
En fin, estas fueron hoy mis reflexiones transmitidas a OTR.
La semana política que empieza
Cómo afrontar la segunda transición
Fernando Jáuregui
Celebramos esta semana otro aniversario, el 34, de la entrada en vigor de la Constitución. No es, pienso, otro aniversario más: hay que hacer ya cosas que deberían haberse completado hace años. Reformar la Constitución, para que nuestra Carta Magna siga regulando las relaciones entre los españoles, ya no es solo conveniente: es urgente.
Con los titulares de los periódicos centrados en buena parte en las ‘recuperadas’ figuras de dos ex presidentes del Gobierno; cuando alguna encuesta radiofónica dice que el mejor presidente de la democracia fue aquel Adolfo Suárez a quien tanto se denostara cuando mandaba; cuando, una semana después de las elecciones catalanas, todos se interrogan, desde ambas orillas, estupefactos, sobre lo que conviene hacer; cuando tantos colectivos, afectados por las reformas, salen a la calle, con los bolsillos vacíos, a protestar…Cuando todo esto ocurre, no cabe más remedio que reconocer que hemos entrado –hace más de un año, de hecho– en una segunda transición. Y que hay que saber afrontarla con la misma decisión con la que aquellos hombres y mujeres de UCD, del PSOE, de IU, del PNV y de CiU –sí, también del PNV y de CiU–, de Comisiones Obreras y de UGT, de la patronal y de La Zarzuela, supieron hacerlo.
Y no creo que Fraga fuese mejor que Rajoy, ni González mejor que Rubalcaba; ni Arzalluz que Urkullu, ni Nicolás Redondo que Cándido Méndez, ni Marcelino Camacho que Toxo, ni…Bueno, claro que Pujol era una cosa y Artur Más, muy otra, pero entonces andaba por allí un tal Miquel Roca, a quien no hemos oído una sola palabra en el caótico proceso secesionista impulsado por su partido, Convergencia, y ahora solamente tenemos a Josep Antoni Duran, que ha emborronado su trayectoria con el seguidismo a su ‘líder’.
Uno tiene que reconocer que se repite: reviso algunas cosa que publiqué a estas alturas del año pasado, y del antepasado, y siempre acababa suponiendo que el mejor homenaje a la Constitución democrática era, es, mejorarla actualizándola. Aventuras como la del Estatut de Catalunya, que puede que haya sido necesario –yo creo que todo el proceso fue un error, pero ya no vale lamentarse–, pero que tiene aspectos claramente inconstitucionales, debería llevar a la reflexión a una clase política, la catalana y la del resto de España, y a los sindicatos, y a la patronal, y a las instituciones, más anclados todos en los logros de la primera transición que pensando en los retos de la segunda.
Que los mensajes más frescos que estamos escuchando estos días provengan de Felipe González o de José María Aznar, dos personajes que demostraron, con todos los errores que ustedes quieran –que vaya si los hubo–, categoría de estadistas, también debería incitar a la reflexión a los instalados ahora en Gobierno y oposiciones. Eso y, claro, lo que dicen las encuestas sobre el (ínfimo) grado de confianza que la ciudadanía tiene en sus dirigentes, del PP, del PSOE y de todas las demás formaciones. Los españoles están patentemente desconcertados y desnortados, buscando a alguien que les hable de soluciones posibles, de nuevas ideas y en un nuevo lenguaje. Mal asunto que haya que volver los ojos a quienes ya ejercieron el Gobierno y ahora, solo ahora, reaparecen, tras un fructífero y rentable paréntesis, para gritar diagnósticos evidentes: esto no va bien.
Pienso que la Constitución de 1978 sigue siendo, como las premisas de la democracia, libre, justa y benéfica. Pero, como las ‘leyes viejas’ peneuvistas, se ha quedado anticuada en algunos aspectos, muy señaladamente en el territorial. La verdad es que he echado de menos, a la luz de las elecciones (tan mal) anticipadas catalanas, voces que se hagan esta reflexión: ¿por qué no abrir algo parecido a un debate controlado y dirigido por un ‘think tank’, quizá desde el Consejo de Estado –que para algo tiene que servir–, que inicie algo semejante a una etapa semi-constituyente, enumerando propuestas regeneracionistas que hagan ‘El Cambio’, en vez de meros cambios?
No exagero, no, aunque entendería que los políticos instalados en el inmovilismo, que quiero pensar que no son todos, calificasen de ‘exagerado’ postular que se abra ese período semiconstituyente, asumiendo que nos hallamos en una especie de segunda transición, en la que tantos valores asentados desde hace, pongamos, treinta y cuatro años, están saltando por los aires. Desde el consenso institucional y constitucional hasta el papel de la Corona, pasando, cómo no, por el mapa territorial de Javier de Burgos. O por la actualmente injusta normativa electoral, que es la que básicamente sostiene el sistema actual de partidos. O, ya que estamos, por la estabilidad de esos grandes partidos, que ya se ve que prefieren pensar en las viejas glorias que en el angustioso presente.
Reconozco mi simpatía, acaso más personal que política, por Mariano Rajoy. Me ocurre lo mismo, por lo demás, con Pérez Rubalcaba. Buena gente, patriota, honrada, que sufre lo indecible por cómo andan las cosas. Pero no hay peor ciego que el que se niega a ver. Ellos no pueden enrocarse en eso que llaman, piadosamente, ‘prudencia’. Estoy seguro de que cuando, el próximo jueves, el Senado acoja a los invitados a un nuevo aniversario de la ley fundamental –la Cámara Baja anda, también ella, de reparaciones en el taller–, no serán pocos los que piensen, aunque no sé si lo dirán en voz alta, que hay que cambiar algo más que algunos tornillos y varias tejas de la techumbre. Es la hora de los grandes planificadores, no la de los fontaneros.
fjauregui@diariocritico.com
Continuará, aunque me parece que hay toda una ciudadanía clamando en el desierto.
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