((esto es ya el pasado. Casi tanto como Franco. Lo malo es que parecemos –parecen– aprender poco de la Historia para no tener que repetirla))
Me han sorprendido poco los elogios, algunos con sordina, a la figura de Juan Carlos I, que este domingo abandonaba oficialmente –era un hecho desde hacía algún tiempo—su vida institucional. Luces y sombras, decían los más críticos, aunque nadie se preguntaba por los motivos de la nota hecha pública anunciando la ‘dimisión’ –otros decían que ‘nueva abdicación’—de sus funciones como Rey emérito, o como quisiéramos llamarle. Otro signo del fin de una época, en todo caso; otro motivo para un ‘revival’ del pasado. A ver si de una vez encaramos decididamente el futuro, porque si no nos hemos enterado todavía de que ha concluido una era que no va a volver, es que no nos hemos enterado de casi nada.
Puede que, ahora que hemos conmemorado también un año de Pedro Sánchez en el Gobierno y que estamos a punto de celebrar –o no…– un lustro desde su primer ascenso a la secretaría general del partido que hoy gobierna, tengamos ocasión de pasar página a los atavismos: dicen que el Supremo quizá no autorice el traslado de los restos de Franco al cementerio de El Pardo. Supongo que a Sánchez ya le da igual; ha ganado las elecciones y no necesita seguir agitando publicitariamente la contradicción que supone nuestra ‘conllevanza’ con ese espantoso monumento que es el Valle de los Caídos.
Quiero decir que este semana empieza la Política de veras: nos dirán cuándo comienzan –a ver si se aclaran extremos puntillosos, como si el preso independentista y golpista republicano Jordi Sánchez estaría en la lista de interlocutores—las audiencias del Rey con los líderes de los partidos de cara a la investidura de otro Sánchez, Pedro. Sería bueno, en mi opinión, que el propio Sánchez (Pedro), Pablo Casado y Albert Rivera llevasen las cosas lo más resueltas posible al jefe del Estado, pero no me consta ni siquiera que los tres citados se hayan hablado por teléfono, y menos aún me consta que se hayan visto físicamente. Seguimos anclados en el viejo ‘no es no’ a casi todo, a casi todos y entre casi todos. Y así no hay manera.
Por tanto, dependemos de las sorpresas: un golpe de efecto, o de audacia, o de patriotismo, de alguno de los cuatro líderes de la baraja, como lo tuvimos en Cataluña con Manuel Valls, dispuesto a todo con tal de evitar que un ‘indepe’ tan poco razonable como Ernest Maragall gobierne Barcelona. Lo que pasa es que Valls viene de otras galaxias políticas: aquí, el versátil e inteligente Macron sería tildado de oportunista o hasta de ceder ante los ‘chalecos amarillos’. Y es que seguimos anclados en la era del ‘juancarlismo’, si es que no en ciertos resabios del funcionamiento del franquismo. Algo trasnochados, vamos.
Creo que hay que cerrar con llave (no con siete llaves, como luego ha derivado) no solo el sepulcro del Cid, como pedía Joaquín Costa, sino otros muchos sepulcros, reales o metafóricos, y volver a la ‘escuela y despensa’, al regeneracionismo tan anhelado por el político aragonés, a quien se debería recordar estos días mucho más de lo que se hace. Será que ‘ellos’ ni conocen a Costa, ni a Giner de los Ríos, ni a esos recuerdos gloriosos como la Institución Libre de Enseñanza, porque andan liados en otros pasados estériles, a conductas ‘de antes’ a las que aferrarse para no perder poltronas.
fjauregui@educa2020.es
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