Los españoles tienden a mantener una feroz autarquía –o vamos a llamarlo ensimismamiento— en sus preferencias informativas: en comparación con la lucha Gómez-Jiménez en Madrid, o con lo que vaya a ocurrir en Rodiezmo, o con lo que está ocurriendo en la Valencia de Camps, por ejemplo, poco importa, en términos generales, si nuestros soldados deben o no abandonar Afganistán cuanto antes. Y menos aún importan las explicaciones oficiales acerca de lo que hagamos en tan inhóspito país o la petición por la oposición de esas mismas explicaciones, ahora tan insuficientes. Y ello, aunque hayan muerto tres de los nuestros que defendían, hasta más allá de los límites del cumplimiento del deber, lo que podríamos llamar intereses de Estado.
–‘complejo de Irak’–
Desde que visité las bases españolas en Afganistán, hace ya seis años, me he declarado a favor de la salida de los soldados españoles y de que Zapatero olvide de una vez ese ‘complejo de Irak’ frente a los Estados Unidos, cuando ahora el propio Obama está anunciando que se marcha –en la práctica, vencido—de aquel territorio terrible. Un territorio que no puede calificarse de nación, donde ni siquiera sabemos con certeza que aniden los dirigentes de Al Qaeda y cuyas desorganizadas guerrillas de harapientos forajidos fanáticos vienen resultando imbatibles para los principales ejércitos del mundo. Interesante tema para un debate en las Cortes, cuando muchos de los mejores jóvenes españoles tienen que desempeñar allí sistemáticamente una peligrosa labor que ya nadie se atreve a calificar como de pacificación y democratización.
Pues resulta que ese debate no se produce, porque el partido en el poder no quiere y porque los demás no se empeñan demasiado en ello, en la sede que le correspondería, la parlamentaria, mientras los distintos dirigentes de las formaciones nacionales empiezan a preguntarse –por fin—qué hacemos en Afganistán y si merece la pena el sacrificio de sangre que ya nos va costando nuestra permanencia en el país que ni estructura ni realidades de país tiene. Zapatero, que se nos marcha un día de estos a Japón y China, no parece querer saber nada del asunto afgano, convenido, ya digo, de que a los ciudadanos de acá, entretenidos con el espectáculo circense de la política casera, les importa bien poco lo que ocurra allá. Y la ministra del ramo, Carme Chacón, que mantiene con cierta dignidad el tipo, aunque a veces no dé la talla, se limita a lo de siempre: a acusar a la oposición, recordando que los del PP fueron los primeros en enviar tropas a Herat y de “utilizar los momentos de dolor desde la tribuna de un mítin”. Balones fuera ante las explicaciones que, lógicamente, pide la oposición, tampoco exenta de culpas cuando ejerció responsabilidades militares en el pasado.
–de debate, nada–
La coyuntura exigiría un debate en profundidad, sin miedo a las miradas desde Washington, y soluciones radicales. Pero nadie se atreve a tanto, por más que en la mayor parte de las cancillerías aliadas occidentales hayan anunciado ya hace tiempo sus planes con respecto a sus soldados en tierras afganas. ¿Falta de liderazgo, de ganas de explicar claramente las cosas a los españoles –como, por cierto, ocurre cada día con las contradicciones entre unos y otros ministros sobre asuntos económicos–? Puede que algo de eso haya: la opinión pública doméstica está, da la impresión a veces, muy domesticada, y alza los hombros indiferentes ante las grandes cuestiones…que nadie se toma la molestia de explicarle.
–‘The Economist’ nos mira con British eyes–
Y aunque la indiferencia ante lo que ocurre en el mundo mundial sea la tónica general, se percibe paradójicamente una pasión por lo que de nosotros digan los medios extranjeros considerados aquí como de mayor prestigio: esta semana, The Economist, que suele seguir con informada distancia los asuntos españoles, nos dice que las elecciones de nuestro país las ganará el partido “que tenga la valentía de deshacerse de su líder” (o sea, de Zapatero y/o de Rajoy). Pero ¿cómo esperar tal acto de presunto valor cuando aquí nadie se atreve siquiera a cuestionar las posiciones políticamente correctas sobre la permanencia o no de nuestros militares allá, en Afganistán? Me da la impresión de que, una vez más, The Economist analiza las hispanas cuestiones con británica mentalidad: al fin y al cabo, allí la opinión pública tiene muy claro lo de sus tropas en Afganistán, entre otras muchas cosas.
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