¿Hay que ir hacia un Estado federal?


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Acabo de escribir un comentario al libro que acabo de terminar. Se llama .

*Oscar Alzaga: ‘Del consenso constituyente al conflicto permanente’, ed. Trotta

Me ha parecido interesante y muy en la línea e lo que pienso sobre el imprescindible consenso. Muy en la línea de las reflexiones de ‘España 2020’, a las que Alzaga se incorpora:
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Oscar Alzaga es un veterano de la política, aunque él, que desdeñó ocupar cinco ministerios con la UCD, rechace llamarse político. Es, desde mi punto de vista, una de las mentes más lúcidas de la primera transición (suponiendo que esté usted de acuerdo conmigo en que ahora abordamos la segunda, inevitable). Y hoy, desde un relativo retiro, constituye uno de eso hitos de pensamiento libre que tan necesario resulta en un país excesivamente anclado en lo que la clase política actual considera políticamente correcto: hay muchos clichés que desmontar, muchas ideas que aportar, demasiadas ‘verdades asentadas’ que objetar.

Alzaga lo hace en un breve trabajo, de poco más de cien páginas, titulado ‘del consenso constituyente al conflicto permanente’. Una reflexión importante por lo polémica, por aportar elementos para el debate en torno a un tema clave que los políticos asentados rechazan como si de la peste se tratara: la reforma constitucional. Alzaga, catedrático de Derecho Constitucional, académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, hombre que estuvo muy próximo a la elaboración de la Constitución de 1978 y a las políticas del primer Adolfo Suárez, y hoy abogado en ejercicio libre, aboga inequívocamente por esta reforma en diversos capítulos y, de manera muy señalada, en el Título VIII, que es el que regula el régimen autonómico.

El autor no esconde su crítica a la marcha actual del Estado de las autonomías y pide un consenso entre los dos grandes partidos para ir caminando hacia un Estado federal que saque de su actual marasmo a la organización territorial española. Una iniciativa quizá utópica, y el propio Alzaga viene a reconocerlo, dado que ni PSOE ni Partido Popular parecen decididos a “pensar en grande”, según la máxima de Ortega, y, desde luego, no están dispuestos a abordar reformas en profundidad de nuestro arquitrabe legal.

Lanza Oscar Alzaga sus atrevidas propuestas –atrevidas para lo que hoy por hoy se lleva en el átono panorama político español—con un lenguaje mesurado, tolerante, pero implacable con la mediocridad y con la simpleza de los mensajes que hoy se estilan entre los adversarios políticos, convertidos, denuncia Alzaga, en implacables enemigos. En la misma línea, de la crítica no se escapan ni los escándalos derivados de la dificultad de renovación del Tribunal Constitucional ni los que afectan al Consejo General del Poder Judicial, en ambos casos fruto de las ambiciones partidistas y de la falta de acuerdo y la cortedad de miras entre los dos ‘grandes’.

El trabajo de Alzaga, un pensador que merecería, pienso, más atención de la que actualmente se le presta, es un alegato por el retorno al consenso que presidió el nacimiento de la Constitución de 1978, una ley magna que ahora, para sobrevivir, debe reformarse. De la misma manera, este libro ataca el ‘disenso radical’ que caracteriza hoy en día las relaciones entre los dos principales partidos nacionales, abocados a un puro combate en el que se trata de anular cualquier virtud del contrario, al que se achacan, en cambio, todos los defectos, las máximas corruptelas, la ineptitud más absoluta; todo lo cual favorece la pobre opinión que los españoles muestran, encuesta tras encuesta, acerca de su clase política.

‘Del consenso constituyente al conflicto permanente’ es un ensayo breve, contundente, que, como el propio autor reconoce, aporta escasas soluciones a un diagnóstico bastante sombrío. Pero resulta importante, e interesante, conocer lo que alguien que contribuyó de manera importante a ‘hacer’ la transición está contemplando –y lo cuenta con el implacable escalpelo de un disgusto razonable—en el actual proceso político, un proceso que se precipita ya hacia una nueva campaña electoral ‘oficial’, la que comienza este jueves, con la perspectiva de muy pocas ideas novedosas.

Los lectores de Diariocrítico tienen la oportunidad de debatir este martes en un chat con Oscar Alzaga todas estas propuestas y otras muchas, relacionadas con el pasado inmediato, con el presente y con ese futuro para el que el autor del libro que comento tiene propuestas que, si no fuese por la tradicional moderación del autor, casi podríamos llamar, por lo audaz del planteamiento, revolucionarias. Ya era hora, en efecto, de que comenzasen a escucharse voces que, desde el conocimiento y la independencia, aportan algo nuevo al romo horizonte de la política española.

También el martes, otro chat en Diariocrítico.com con una figura política a la que en Diariocrítico consideramos del máximo interés: el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara. Una personalidad en alza en el Partido Socialista y que, con una expresión clara y sin medias palabras, ha aportado mucho al debate interno en esta formación.

Participe en el Chat con Oscar Alzaga este martes
Participe en el Chat con Guillermo Fernández Vara este martes

6 respuestas

  1. Me va a permitir una salida de tiesto y una ligera «ida de olla» a la hora de plantearme esto del conflicto, porque me gustaría darle otra lectura a la tradicional ( no sé la que le da Oscar Alzaga en su libro).

    Personalmente siempre he tenido la sensación de que el español medio ( y más a la hora de hacer política), abusa del conflicto precisamente porque no soporta la crítica. Esto es, no es capaz de interiorizarla como una forma de avanzar y tiende a llevársela al plano personal.

    Evidentemente generalizo, pero esta postura suele conllevar, bien el terror al conflicto y la firma de cualquier cosa con tal de evitarlo para evitar la crítica – hacia MI persona, porque lo he personalizado-, bien el odio hacia el que plantea el conflicto sin pararse a analizar sus argumentos y la raiz del mismo ( este solo quiere joderME). En cualquier caso, mal asunto.

    Si se opta por lo primero, la siguiente vez estarás fomentando el conflicto como medio de conseguir cosas. Si optas por lo segundo estás paralizando las ideas nuevas y fomentando el resentimiento.

    Al final, el tema no es menor, porque si eso lo extrapolamos a las autonomías, o a las relaciones sociales y lo ponemos a gran escala, nos explicamos determinadas actitudes, o sobreutilizaciones del conflicto para conseguir cosas. ( al final es rentable…..el que no llora no mama, etc….)…que se tenga razón o no es lo de menos.

    En otros países las relaciones verbales ante un problema suelen ser mucho más contundentes ( menos formales, incluso de cara a nuestros parámetros, mal educadas), pero los temas se llevan menos al plano personal y los acuerdos tienen más posibilidades de ser objetivos.

    Al final la cosa es importante, porque soy de los que piensa que no hay sistemas buenos o malos, los hay que nos vienen mejor o peor en función a nuestros propios valores culturales.

    Quizá parte de todo esto esté presente en el tema territorial. Y quizá tengamos que abordar otra solución que nos venga mejor. En mi caso, a la pregunta que formula en el enunciado le contestaría que SI. Ahora tendríamos que discutir hacia que tipo de federalismo…..y ahí, tendríamos que intentar ser más directos, acalorados y menos formales; pero mucho más proclives a ser objetivos y a comprometernos con el espíritu de lo pactado…..porque eso es lo que va a evitar que el conflicto salga de lo verbal o de lo razonable y se empiece a usar como estrategia.

    Fin de la salida de tiesto.

  2. El martes chat con Alzaga. Le voy a preguntar por este asunto y su declaraciñon de hace años sobre el maquiavelismo del sistema español, que se hizo, según el propio Alzaga, para favorecer una mayoría de UCD. La pregunta es ¿Y qué hacemos ahora con los problemas que este sistema nos ha dejado?

  3. ¿De verdad que cree usted que un estado federal va a resolver el problema de base? El federalismo tiene sentido cuando existe una concienca de nación fuerte. Los alemanes no se cuestionan a sí mismos, y tampoco lo hacen los estadounidenses. Por eso su federalismo funciona. Pero un país cainita como éste, en el las competencias de las autonomías en materia de educación han degenerado en intoxicaciones nacionalistas, políticas lingüisticas de paletos y caciquismos locales, el federalismo nunca podrá funcionar.
    De hecho, la alternativa que deberíamos plantearnos (si es que hay tiempo para ello) es la reforma del estado de autonomías, con la recuperación por parte del gobierno de algunas competencias. La democracia no funciona con ciudadanos manipulados torticeramente como se está haciendo en las comunidades autónomas catalana, vasca y, en menor medida, gallega en materia de sentimientos nacionalistas.

    Seguimos discutiendo sobre imbecilidades sobre este o aquel sentir, cuando deberíamos darnos cuenta de que para tener un futuro próspero no queda más que una única solución: remar en la misma dirección. Pero la cosa es harto difícil con 19 capitanes en el mismo barco, cada uno por una comunidad o ciudad autónoma, intentando arrimar el ascua a su sardina.

  4. Daniel, soy madrileño, y no tengo esa idea nacionalista de que es buena una conciencia nacional fuerte, más bien me parece una limitación, como son los nacionalismos que comentas. De hecho el nacionalismo español es tan malo como estos. A ti también te han manipulado torticeramente y te has creído una nación homogénea, unitaria, centralizada, que ni ha existido nunca, ni existe, ni, afortunadamente, existirá nunca, es un utopía absurda, totalmente ajena a la realidad histórica de España, algo importado de Francia, que solo se puede imponer con una violencia extrema. En todos los sitios hay intoxicados, paletos, fanáticos o personas que necesitan pertenecer a algo más grande para pensar que son algo, pero por ello no creo que sean imbecilidades lo que tu o los que dices sintáis, eso sí es cainita.

  5. Daniel tiene razón en una cosa: en España el federalismo correría el peligro de ser malversado por los mismos que han malversado la división autonómica (otra cosa es que fuera muy fácil hacerlo) y que verían en el federalismo un paso más hacia la independencia. Es, pues, verdad que la sólida conciencia de un estado supranacional común es casi condición previa y sine quae non para una federación.

    Sin embargo, es una bonita opción por la que deberíamos apostar, aunque no sin antes cerrar las grietas que nuestra actual concepción del estado ha provocado y tolerado.

    Tiene que haber alguna posibilidad. Lo que tenemos ya no sirve. Los que tienen que cambiarlo tampoco sirven y no lo van a cambiar. Hay un empeoramiento constante y permanente, un deterioro sistémico que trabaja sobre lo que nos separa y desnaturaliza lo que nos une.

  6. Estimado Pedro,

    se equivoca usted de cabo a rabo cuando me llama nacionalista español. Soy medio español y medio suizo (ya ve, a mis padres les gustó eso de mezclar nacionalidades) y he tenido oportunidad de viajar y de curar esa enfermedad. Simplemente me limitaba a facilitar un breve análisis: con las fuertes tendencias centrífugas (y torticeras) de los regionalismos periféricos, no hay federalismo que valga. España, que sí es una realidad histórica, se rompería gracias a la acción de unos pocos desaprensivos con un enorme poder de manipulación.

    Por otro lado, estoy firmemente convencido de que la prosperidad de España, Europa, y por ende el planeta, pasa por el abandono progresivo de las visiones locales y regionales (la defensa del terruño) y la adopción de una conciencia global, de una equiparación en derechos y deberes a gran escala. Por eso creo que unas ciertas dosis de nacionalismo integrador (por ejemplo, el espàñol o, a mayor escala, el europeismo), hace que los ciudadanos formen parte de proyectos comunes y eleven sus miradas. Las tendencias secesionistas, por el contrario, son consecuencia de la intolerancia y de una visión en exceso proteccionista: «soy diferente y por tanto no te quiero en mi barco».

    Obviamente, cualquiera tiene derecho a discrepar mi visión. Pero también lo puede usted abordar desde un punto de vista más pragmático: actualmente nos movemos en un club formado por naciones. Y cuando toca negociar con los vecinos europeos, más vale ir con una voz fuerte y consensuada. Si España se fraccionase aún más de lo que ya está, nuestros intereses y opiniones tendrían mucho menos peso en el debate. Personalmente, no tendría ningún problema en formar parte de la gran Francia o Alemania. En ambos países se vive igual de bien o mejor que aquí.

    Pero como creo que en el proceso de construcción europeo podemos aportar elementos valiosos, me parece una estupidez discutir sobre qué es más importante, si el castellano o el catalán, los toros o los correbous, cuando la discusión es otra: el sur para el turismo y el norte para la industria.

    Créame, me ha tocado negociar muchas veces con franceses y alemanes y le aseguro que ellos sí lo tienen claro. Nuestras autoridades, por el contrario, prefieren perder una buena oportunidad antes de escribir algo que ofenda a dos tarados del PNV o a un cateto de ERC. Al final, por culpa de unos pocos «enfermos de espíritu», se fastidia a la inmensa mayoría de los ciudadanos.

    Saludos de un español, nacionalista en su justa medida…

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