Muchas veces, en política, da la sensación de que quienes a ella se dedican de forma profesional trabajan desde el aire, sin la menor concesión a las necesidades de la gente. Miren el Estatut de Cataluña, por ejemplo. ¿De verdad el lío que estan armando entre Maragall, Carod, Mas y Saura, con Piqué jugando desde fuera de la banda, responde a las inquietudes ciudadanas? ¿Por qué Zapatero ha avalado este proceso, que no hace sino provocar confusiones ciudadanas, irritaciones perfectamente innecesarias? Lo que los ciudadanos percibimos, creo, son obras superfluas, aglomeraciones por la rapiña urbanística, degradación del medio ambiente, impuestos a granel, controversias inútiles por la sanidad y la educación. No, los políticos no atienden al ciudadano, que es quien los elige y les paga. Y andan todo el día enmarañados en cuestiones de estatutos, reformas constitucionales que nunca llegan –las electorales, menos; ¿para cuándo las listas electorales desbloqueadas?–. Una pelea ficticia entre izquierda y derecha, cuando da la impresión de que una mayoría de españoles se sitúa en un centro que no tiene representación política.
Me temo que esta semana, de ansia por si el Estatut llega o no llega a Madrid, va a ser una más de esas que alejan al ciudadano de la política. ¿Vieron ustedes con atención la encuesta publicada este domingo por El País, que dice que más del sesenta por ciento de los entrevistados prefieren otro partido en el Gobierno?¿Comprobaron que ese partido no es el PP? ¿Entonces tendremos que convenir que los partidos actuales no llenan precisamente de satisfacción a los ciudadanos, que deberían ser los que mandan?
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