Hernández versus Sánchez: las dos Españas



(¿Sirve una buena alcaldesa para hacer una buena ministra? No necesariamente)
—-

A la misma hora en la que Pedro Sánchez se preparaba para hacer triunfar en Europa su propuesta sobre la ‘isla energética’ española (peninsular, en realidad), cuando el mundo se angustiaba ante los nuevo planes belicistas de Putin en la mortificada región del Donbas, miles de personas con chalecos amarillos se concentraban en el Paseo de la Castellana de Madrid para aclamar a un hombre de estatura media y aspecto corriente y le gritaban “ole tus cojones”. Ese hombre ha liderado la protesta de los camioneros que ha paralizado medio país, amenaza con hacer caer a una ministra y ha hecho tambalearse al Gobierno de Pedro Sánchez, por muy triunfante que el presidente haya regresado de Bruselas, que eso nadie puede discutírselo.

Ese hombre corriente, que procede de Albacete y responde al españolísimo nombre de Manuel Hernández, se ha convertido en el líder indiscutible de una protesta ‘desde abajo’, con reivindicaciones en absoluto carentes de razón y que, sin embargo, el Gobierno de Pedro Sánchez, de la mano de una ministra incompetente y llevado de su soberbia porque está ‘en las grandes cosas europeas’ y no tiene tiempo de ocuparse de un movimiento ‘de las bases’, desatendió. Y, peor, despreció, tildándolo de ‘ultraderechista’ y qué sé yo cuántas cosas más que luego, por cierto, ha negado haber dicho.

Manuel Hernández, no hay sino que ver las fotografías mitineras, está viviendo ese cuarto de hora de protagonismo que, en mayor o menor medida, decía Jefferson que le corresponde a todo ser humano. Logró, al fin, ser recibido por la ministra Raquel Sánchez, cuyo nombre, a base de conflictos, ya se han aprendido los españoles, aunque bien es verdad que después de haberse empapado de apariciones televisivas de Manuel Hernández hasta en la sopa. Quiero con ello decir que Hernández ha ganado la batalla de la imagen y Sánchez la ha perdido estrepitosamente. Nadie cree que haya un movimiento ultraderechista tras los camioneros, aunque sus líderes puede que se sientan más cercanos a Vox, que, acaso algo hipócritamente, los apoya con discreción, que a un PSOE que ha tardado doce días en recibirlos tras ningunearlos e insultarlos.

De acuerdo, Pedro Sánchez estaba demasiado ocupado, y hacía bien, recorriendo las capitales europeas, en busca de apoyos para que España pueda limitar a su aire los precios de la energía; y, también de acuerdo, los ‘grandes pensadores’ de La Moncloa se colapsan viendo hasta qué punto la invasión en Ucrania va, a su vez, a invadir nuestras vidas. Pero nuestro país cuenta con un Consejo de Ministros muy amplio, en el que se sientan veintidós personas, algunas de las cuales destacan por su ociosidad y falta de agenda de trabajo. Alguien debería decir a quien ordena ese Consejo que hay muchos indicios de que el Gobierno, en su conjunto, no funciona, y que, ya sea por el precio de la luz, ya por la huelga de transportistas, ya por el Sahara, existen bastantes fricciones internas, serias, en el seno del Ejecutivo.

No puede ser que un solo hombre, desconocido hasta hace una semana, ponga en solfa la estabilidad de todo un país, y encima hayamos de darle la razón. No van a bastar ahora las maniobras orquestales en la oscuridad que quieren hacer de Manuel Hernández, a base de rebuscar en su pasado, un mero oportunista. Hay algo más, porque el descontento en verdad existe, y el riesgo de chispazos sociales es, ya se ve, algo muy real.

Entiendo que el presidente, a su regreso triunfal –y lo merece, que no figuraré nunca entre quienes se entristecen por los éxitos de quien representa a España en los foros internacionales—a las miserias del país, sepa enderezar el timón. Y una primera medida cada día más inaplazable es, a mi juicio, una remodelación ministerial orientada a la ‘economía de guerra’ a la que estamos abocados. Y que se entienda que no todo/a el que sirve para alcalde/sa está dotado/a para ser ministro/a. Aunque, claro, no todo Manuel Hernández tiene por qué ser un indiscutible líder de masas a base de remedar esa política testicular, con ‘dos cojones’, que tantas veces utilizan nuestros políticos, en el poder o en la oposición. No es cuestión de testosterona, sino de negociación. Y sí, hay gente en el Gobierno capaz de arreglar este entuerto: basta a veces con ‘descender’ a hablar con los ciudadanos, que, sean o no de ultraderecha, resulta que a veces tiene razones para la queja.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *