Claro, con el lío que han provocado las elecciones catalanas, cuyo resultado final depende de una señora que está en Suiza, la de ERC, y a la que no hacen el menor caso sus bases, y de otro señor que se dice a sí mismo exiliado, a ver quién es el guapo que se para a pensar en las inminentes elecciones europeas. Y más aún: a ver quién es el guapo que presta atención a esas candidaturas, calculo que unas veintiocho de las treinta y tres que se presentan, que no tienen ninguna o casi ninguna posibilidad de obtener el codiciado, soñado e imposible escaño en el Parlamento de Estrasburgo. Bueno, pues yo, para lo que valga, sin duda poco, sí les voy a prestar hoy un mínimo de atención, con su permiso. Porque lo merecen. Algunas, digo.
Aseguran los analistas que el interés por la política en España puede ser menor que en Francia o Alemania, países con sólida tradición democrática, pero que no puede decirse que sea un desinterés total, pese a las trastadas que nos gastan quienes están en la primera línea siendo o aspirando a ser nuestros representantes en la tierra. Prueba de que el desinterés, que sería, ya digo, lógico, no es tal es el hecho de que son treinta y tres las candidaturas que se presentan. Incluyendo las de dos partidos que se auparon precisamente en unas europeas, las de 2014, que pudieron haberlo tenido casi todo y que hoy se enfrentan a una extinción casi segura. Pero mejor prueba de que el fuego es algo más que rescoldos es la cuasi certeza que tiene el ochenta por ciento de esos candidatos de que no tendrán euro escaño. Y ahí están, chapeau.
¿Por qué se presentan entonces? No excluyo las ganas de recibir aplauso, aunque sea en reducidísimos grupos de ‘fans’; a quién no le gusta plantarse ante un micrófono y soltar por esa boca todo lo que se te ocurre en relación con las demasías que se cometen en este país y en el resto de los veintisiete de la UE o incluso en los otros cinco países candidatos a la ampliación. Pero mi homenaje no se dirige a sus ambiciones, sino al deseo, me parece que sincero –perdone si cree que estoy en el buenismo pánfilo–, de muchos de ellos por aportar un mensaje de regeneración en alguno de los muchos aspectos ‘regenerables’ de la política y la organización social en España, maravilloso país, pero tierra de inequidades y desajustes variopintos.
Los cientos de miles, tal vez el millón largo, de votos que se van a quedar sin representación puede que busquen eso, una voz diferente que sustituya o al menos complemente, en todo caso critique, a las voces de siempre, a esas que prometen soluciones para los problemas que ellas mismas crean. Y vean, si no, la que tenemos montada en este país nuestro desde hace unos años, y lo que te rondaré, morena. Serán esos cientos de miles de votos quizá estériles, sí, pero no perdidos. Y no me encontrarán entre quienes predican no prestarles apoyos porque son ‘votos perdidos’, ‘inútiles’. No: son votos de la frustración a la que tantas veces nos llevan los más votados. Son votos condenados al silencio en los medios de comunicación, a los que se dirigen, desesperados, en busca de un poco de audiencia y de unas migajas de cariño.
Y claro que entre los aspirantes a sacer un escaño –‘su’ escaño—hay oportunistas, chiflados, radicales sin causa o con causas muy pasadas de moda y hasta algún provocador que, encima, funge de comunicador, al que no cito para no hacerle al caldo gordo. Es parte del juego nacional que propician las europeas, un hombre, un voto, y encima sin coaliciones a la fuerza, sin tener que crear extraños compañeros de cama. Así sabremos exactamente qué fuerza real tienen un PP aquí ya no abocado a pactar con Vox, y cuánta un PSOE que no tiene que complementarse en el Congreso de los Diputados con unas aliados a la fuerza que son, en no pocas ocasiones, contra natura. Y, como ocurre en el caso de Sánchez con el todavía –le queda poco—eurodiputado Puigdemont, son, a veces, sus peores enemigos.
Y ¿de qué sirve todo eso, si un escaño en Estrasburgo o en Bruselas no da para más que una representación lejana, bien pagada, eso sí, a la que los Estados hacen poco o nulo caso? Pues sí, sí que sirve, y aquí me permito, aunque no es mi función, hacer un llamamiento a la participación. Sirve como indicador del estado moral de una nación, lógicamente desencantada con cómo gestionan sus intereses señores a los que tales intereses les importan mucho menos que los suyos propios o los de sus partidos. Es un ‘test’ al que las grandes (y pequeñas) fuerzas políticas deben estar muy atentas, porque casi siempre el voto en las europeas es una muestra del apoyo, o más bien del hartazgo, de la ciudadanía hacia quienes la llevan del ronzal.
No comparto siquiera, por lo demás, la tesis de que estas elecciones son unas primarias de otras, legislativas, generales, que quizá no estén tan lejos como el Gobierno dice que están. Que gane el PP por el estrecho margen de votos que le conceden las encuestas ante un PSOE crecido por los resultados catalanes no quiere decir que Feijoo haya subido un peldaño más hacia La Moncloa: se lo tiene que seguir ganando día a día. Queda mucha agua por correr bajo los puentes, incluyendo las fechas anteriores a la marcha a las euro urnas –en mayo nos quedan, madre mía, los plenos ‘de Begoña Gómez y Palestina’ y el que aprobará definitivamente la amnistía–; son muchas las cosas que van a pasar por la endiablada política española antes de que, dentro de tres domingos, tengamos que regresar a las urnas a votar a quienes nos representarán –mejor o peor, que esa es harina de otro costal—en Europa.
Mientras, aquí queda mi humilde homenaje a esos inminentes vencidos, muchos de ellos, pienso, la mejor parte de nuestra esquelética sociedad civil y a los que no puedo citar uno a uno por falta de espacio y porque no quiero equiparar a unos, magníficos, con otros, algo miserables. Los votos que reciban no son inútiles: son una muestra de que la gente aún quiere luchar por ciertas ideas, por otras realidades. Brindo por ellos.
fjauregui@periodismo2030.com
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