Hay un aroma que nos retrotrae al caótico año 2016 (usted, sin duda, recuerda lo que fue aquello) en esta demencial dinámica política en la que estamos enfangados. Misma indefinición general, mismo intento de derribo al presidente del Gobierno que ganó las elecciones por insuficiente minoría, mismo acoso desde unas fuerzas de izquierda que jamás se pusieron de acuerdo para formar un Ejecutivo, mismo papel desairado del Rey…y, desde luego, mismo, pero muy empeorado, estado de cosas en la Cataluña levantisca, donde el día menos pensado los miembros del Parlament acaban, ya lo vimos este viernes, a la ucraniana, a la georgiana o a la venezolana. O sea, a puñetazos.
Este es el marco que registra, cuando se van a cumplir dos años de las últimas elecciones generales, la presentación de una moción de censura contra Rajoy por parte del PSOE, inmediata y eufóricamente apoyada desde Podemos y acogida con las dudas ya habituales por Ciudadanos, que, al final, no tuvo más remedio que decir que respaldaría la moción solo «si es para convocar elecciones generales». Así ¿llegará finalmente Pedro Sánchez a ser presidente del Gobierno? ¿Albert Rivera?. Es lo que nos preguntábamos cuando, en junio de 2016, conocimos los resultados de aquellas elecciones que hacían casi ingobernable el país. Ahora regresa la misma pregunta, las mismas aprensiones. Pero, claro, con todas las contradicciones incrementadas, con un mayor peligro de estallido de los conflictos que están ahí, comenzando por el catalán. Y con un desgaste máximo del inquilino de La Moncloa y también de las instituciones. El peor de los panoramas.
¿Es la marcha de Rajoy, tan duramente sacudido por la sentencia del ‘caso Gürtel’, tanto en lo personal como en su calidad de presidente del PP, la madre de todas las soluciones? Nadie podrá decir de un servidor que no se haya pronunciado muchas veces últimamente en favor de la sustitución del actual presidente del Gobierno central por otra figura del PP, más dialogante y más proclive a pactar cambios regeneracionistas, menos desgastado por los casos de corrupción pasada y que sea contemplada con menos hostilidad por los sectores independentistas catalanes con los que, forzosamente, habrá que llegar a acuerdos.
Y, sin embargo, convencido como estoy de la necesidad de reemplazar a Rajoy al frente de las huestes ‘populares’ y colocar otro rostro en la cabecera de cartel del PP en las próximas elecciones, me parece que no conviene apresurarse: es el propio Rajoy quien tendría que preparar ordenadamente su propia sucesión para cuando, supongo que allá por finales de 2019 o comienzos de 2020, debería anunciarse, si todo fuese normalmente, la disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones.
Pero, claro, ahora nada marcha normalmente. La moción de censura acelera ahora todo: no sé si Rajoy va a ser capaz de mantenerse en el puesto durante un año y medio sin que se produzcan algunas consecuencias negativas para la buena marcha del país. Tampoco sé si será capaz de superar esta moción, en la que sin duda los socialistas contarán con Podemos, con los nacionalistas catalanes, quizá con Esquerra Republicana, quién sabe si, pese a los pasados apoyos a los Presupuestos, por el PNV…¿Y Con Ciudadanos? Ya he dicho que la formación naranja respaldará la moción si sirve para acabar con esta Legislatura maldita: tendrá que ser Rivera quien desate, o corte como Alejandro Magno, el nudo gordiano en el que él mismo está preso.
No creo que Albert Rivera quiera facilitar la llegada, sin más, de Pedro Sánchez a la cúspide política a la que el propio Sánchez aspira: por eso no apoyará la moción del PSOE a menos que vayamos a unas elecciones que, dicen las encuestas, favorecerían bastante a los ‘naranjas’.
Y, así, volvemos a enfrentarnos a la posibilidad del espectro de un Gobierno en el que, de alguna manera, esté presente Pablo Iglesias –si es que no decide, en un último volatín, retirarse la semana próxima tras el ‘referéndum del chalé’– con sus ya vimos en enero de 2016 que desmedidas ambiciones. Porque lo malo es que los números, en este cuarto de hora, no dan para formar un Gobierno de coalición de centro-izquierda, compuesto por el PSOE y Ciudadanos, que sería una salida muy sólida para este atolladero, sin el concurso de Podemos: la aritmética parlamentaria no permite que C’s-PSOE destronen por sí solos a un Rajoy que, me dicen, se sabe ya casi amortizado, máxime desde una ‘sentencia Gürtel’ cuya dureza no esperaba. De momento, ya hemos escuchado a Sánchez decir que la moción se presenta para «formar un Gobierno del PSOE», es decir, con él en La Moncloa. Complicadas filigranas tendrá que hacer para lograrlo. O sea, como en 2016, cuando, como sabemos, no lo logró. ¿Lo conseguirá ahora? ¿A qué precio?
Y, a todo esto, los grupos catalanes exigiendo, para apoyar la moción presentada por Pedro Sánchez, el cumplimiento de todas sus reivindicaciones, desde el regreso de Puigdemont hasta la salida de los presos. La vida política acaba de dar un enorme paso, pero ni siquiera estoy seguro de haya sido hacia adelante. O, ya digo, hacia 2016, pero agravado. Volverán, ya verán, los pasilleos, las improvisaciones, las ocurrencias oportunistas, los desafíos al jefe del Estado. Sin duda, el Fugado de Berlín y aspirante a presidente de una imposible República de Catalunya estará encantado, cuanto peor mejor, con este panorama.
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