Igualdad para los gays (y para todos).¿Cómo no creer, a estas alturas, en la igualdad total? ¿Qué importancia tiene ser homosexual o heterosexual? Solamente los muy retrógrados, como ese catedrático de cuyo nombre es mejor no acordarse, siguen insistiendo en teorías heredadas directamente de Torquemada. Por eso mismo, carece de sentido la salida permanente de tono de quienes quieren imponer un ‘pensamiento gay’ en una sociedad española que, por fin, parece estar a punto de empezar a ser algo tolerante. Celebrar de manera desaforada el ‘día del orgullo gay’ puede ser espectacular, o simplemente divertido y colorista, una fiesta como otra cualquiera, pero no debe tener significación política.
Esta afirmación tiene sentido cuando hoy se debate en el Parlamento algo que no debería tener tampoco mayor trascendencia: si la unión de homosexuales debe o no llamarse ‘matrimonio’. Quienes realmente no creen en la igualdad dicen que los mismos derechos sí, pero que matrimonio es palabra canónica –¿?– cuyo destino, en el diccionario de la Real Academia, es describir el emparejamiento legal de dos personas de distinto sexo. Escucharemos argumentos de todo tipo, pero el fondo del asunto permanece el mismo: ¿a qué viene una batalla por una cuestión semántica? ¿No hemos cambiado el diccionario, no ha torcido su brazo doctrinario la RAE por cuestiones mucho menores? ¿No han cambiado el Derecho Civil, el Canónico y hasta el Código de Hammurabi en función del avance de los tiempos?
Negar la equiparación semántica a los homosexuales es una forma de discriminarles. Y, en el otro lado, celebrar el día del orgullo gay contra otras formas de entender la sociedad es una forma de discriminarse. La igualdad consiste en no tener que afrentar ni afrontar a unos y otros, a unos contra otros. La tolerancia consiste en no torar a los demás a la cabeza ni prejuicios anacrónicos ni viejos agravios ya superados.
Y, sin embargo, seguimos haciendo doctrina de cuestiones que posiblemente ya tiene superadas la sociedad: tan absurdo es discriminar a un político, a un intelectual o a un trabajador cualquiera por ser homosexual como hacerle escalar a puestos que no merece por lo mismo. ¿No hemos aprendido ya que no conviene a la igualdad de la mujer la forzosa equiparación laboral, la obligatoriedad de tener igual número de ministros que de ministras?
Pues de eso es de lo que de verdad habría que hablar hoy en el Parlamento y mañana en las manifestaciones (o paradas). Y dejarse de algunas bravatas prepotentes, de las que hay que culpar a gentes por otra parte sin duda valientes en la defensa de sus posiciones, como el concejal Pedro Zerolo. A otros, como el ‘popular’ Biendicho, autotitulado representante de los gays en el PP, hay mucho más que reprocharles: por ejemplo, que amenazase con ‘denunciar’ o ‘sacar del armario’ forzosamente a los homosexuales de su partido si la dirección del mismo apoyaba la manifestación paracanónica contra el matrimonio del mismo sexo. Pero Biendicho ¿no habíamos quedado en que la elección de la conducta sexual era algo que atañe a la intimidad de la persona, un derecho humano a respetar? Si quienes más reclaman tolerancia son los primeros intolerantes, ¿a dónde iremos a parar?
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