Desde que conozco al PCE, primero, a Izquierda Unida, después –yo fuí militante ‘pecero’ allá por los años setenta y cuatro, setenta y cinco y parte del setenta y seis, antes de darme cuenta de que yo no era comunista, sino algo revoltoso–, todo han sido líos internos. Ahora, famélicos, dan la penúltima campanada, retirando a Angel Pérez (o intentándolo) y a un tal Gordo de la candidatura de Madrid. Como si a la Comunidad y a la alcaldía les sobrasen votos para la izquierda. Ganarán, claro, Esperanza Aguirre y Gallardón. Simancas y Sebastián no lo merecen, temo. En Madrid, donde se peinan todos los vientos de la revuelta, los políticos dan una talla especialmente inane; en especial, las banderías en la izquierda impiden cualquier avance. IU-Madrid, que es lo mismo que IU-nacional, nos ha dado otro penoso ejemplo de lo que no debe ser: personalismos, inconsecuencias, ambiciones particulares.
Dicen que uno no debe decir por quién va a votar. Excepto, claro, que necesite vitalmente proclamarlo. A menos que haya datos futuros que me convenzan en contrario, yo depositaré en mayo mi voto en las urnas. Estará inmaculadamente blanco. Y lo mismo puede ocurrir el año próximo, en las generales. Es la única defensa ante lo que nos hacen, a base de ladrillazos…y desprecios.
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