Confieso que, durante unas horas, me sentí tentado para presentarme a las elecciones para la junta directiva de la Asociación de la Prensa de Madrid, que se celebran el 22 de noviembre. O, mejor, me tentaron. Hay, sin duda, razones para levantar bandera, aunque yo no me considere la persona idónea para hacerlo. La situación, en lo referente a la asistencia médica que se nos ha garantizado durante tantos años, es… fluida. O más bien incierta. O acaso comprometida. La actual Junta la ha explicado mal, y algún miembro de la misma me lo ha reconocido. Por escribir esto en una carta –ni siquiera abierta– al presidente, González Urbaneja, me he ganado los rayos de su ira, creo. Manda huevos.
Pero la verdad es que falta transparencia, los periodistas madrileños estamos mal informados y la Asociación, bien gestionada por lo demás en otros varios aspectos, debería jugar un papel social más destacado en los tiempos que corren.
Pero, al final, por motivos más bien personales –una infinita pereza, lo reconozco–, laborales –no puedo abandonar este barco digital en el que llevo varios timones–, profesionales –no he visto gran entusiasmo de los compañeros suficientes por acompañar la tarea, aunque todos se confiesan mal informados sobre la marcha de la Asociación de la Prensa de Madrid– y de sentido común –creo que no aporto consenso entre todos los sectores–, decidí no concurrir. Pese a que reconozco que ello nos dejará a los periodistas madrileños en manos de una lista única, que repite. La misma de la falta de transparencia, de la buena gestión económica y la que nos anunciará, confiemos, lo que debemos esperar en el futuro en lo referente a asistencia médica, que es lo que más les importa a la mayoría de quienes llevamos muchos años pagando las cuotas de la APM.
Y, en general, a los ya siete mil asociados consecuencia del ‘boom’ de licenciados en facultades varias y de la proliferación de nuevos medios. Aunque a otros también nos intereses otras cuestiones además de la muy importante de los médicos, claro.
Mi decisión me ha costado algún disgusto serio procedente de quien no ha aceptado de buen grado que yo ejerza mi libertad de concurrir o no a unas elecciones que no me apetecen, jugando además un papel que no me corresponde. Creo mejor formar parte de lo que podríamos llamar una constructiva oposición (y colaboración cuando corresponda, por supuesto) que embarcarse en unas elecciones con una candidatura demasiado apresuradamente formada, por la premura de tiempo de la convocatoria; una candidatura con no demasiadas garantías de ganar, pienso, por varias razones de las que hago gracia a quienes esto lean. Vamos, que, por no presentarme, hasta me han lanzado a la cara, de manera bastante grosera, la acusación de haber ‘negociado’ quién sabe qué y con quién. En fin…
El caso es que me gustaría desde este modestísimo rincón animar a todos a preguntar, a jercer la crítica, a interesarse por la marcha de las cosas en ‘nuestra’ Asociación. No sé si allí todo se hace pensando en nosotros –confío en que sí–, pero, desde luego, se hace muchas veces sin nosotros. Y, personalmente, la verdad, no tengo demasiados motivos de satisfacción acerca del comportamiento de la Junta directiva conmigo, ni con mis compañeros de periódico. Lo demás, confieso que lo conozco mal. Ellos sabrán lo que hacen y quienes se desentienden de la marcha de la APM tendrán sus razones para hacerlo. Creo que hacen, hacemos, mal.
He pensado en dirigir una carta abierta al presidente de la APM –con todas las probabilidades, como se ve, de seguir siéndolo–, exponiéndole la necesidad de una mayor unidad entre los profesionales, en estos tiempos de crispación, y de involucrar a cuantos más mejor en las tareas, ingratas por lo demás, de la Asociación. La APM puede jugar un papel, desde la imparcialidad política y el despego de los intereses de las empresas del sector, muy importante cuando el panorama mediático está sometido a un cierto descrédito, sin duda por nuestra culpa. Pero también cuando los medios pueden desempeñar tareas de enorme trascendencia.
Perdón por circunscribir este mensaje al mundillo de los periodistas. De vez en cuando, supongo, hay que desahogarse en nuestro propio terreno, tan duro. Y tratar, aun en contra de la corriente, de aportar alguna pequeña cosa, por si mereciese la pena. Porque la libertad de expresión, la facilidad en la difusión de las ideas, es algo que compete a toda la sociedad.
Pero no tengo propósito de la enmienda: a lo largo de esta ‘campaña eelctoral’ (la nuestra, de los periodistas, digo) volveré a machacar sobre temas que considero pendientes. Me quedan muchas, demasiadas, preguntas. ¿A vosotros no?
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