La crónica política de este sábado, fuertemente lluvioso en Madrid, era algo agobiante: hacia mediodía, en la Caja Mágica, donde el PP celebra su congreso, se rumoreaba que Rajoy podría abrir su boca silenciosa y decir algo, unas migajas de declaración antes de su discurso triunfal(ista) este domingo. Y, de hecho, cierto es que Rajoy, el gran ganador oficial de este fin de semana, algo, poco, dijo: más del mismo mensaje de siempre. Mientras, en la ex plaza de toros de Vistalegre, Pablo Iglesias iniciaba su intervención en ‘su’ Asamblea y, luego lo hizo Errejón, entre mutuos aplausos y proclamas de unidad, tal vez para diluir otras imágenes menos amables de los últimos días. Y en un local de la Organización de Ciegos, un complejo donde figura el palacete en el que se instaló Pepe Botella cuando ‘gobernó’ la España napoleónica, todos esperaban en vano saber si Susana Díaz confirmaría, o no, que se lanzará al ruedo de las primarias en el PSOE frente a Patxi López y Pedro Sánchez.
En total, calculemos, unas catorce mil personas, congregadas básicamente para aplaudir, entre los tres actos. Y, fuera de allí, cuarenta y cuatro millones de ciudadanos, que se muestran, en su mayoría, me parece, bastante ajenos a lo que se cocinaba en los tres cónclaves, tan distintos y probablemente tan distantes, pero coincidentes en algo: su frialdad ante esos cuarenta y cuatro millones de personas, que van por su cuenta y sin tener demasiado en cuenta a los dueños de los micrófonos.
Sí, hay una cuarta España, que para mí es la primera, ajena a lo que hacen las otras, que son, estas últimas, las que viven inmersas en una política de confrontaciones por el poder o del mantenimiento del mismo: no veo a las masas apasionadas por si Dolores de Cospedal iba, o no, a seguir en la secretaría general del PP. Ni siquiera veo expectación máxima por saber cómo compondrán Pablo Iglesias e Iñigo Errejón sus maltrechas relaciones. Y sí, es cierto que, si Susana Díaz hubiese anunciado su entrada en la liza de las primarias, los titulares hubiesen anulado lo de la Caja Mágica y Vistalegre. Pero, la verdad, tampoco percibo que la gente se eche a la calle para apoyar a alguno de los posiblemente tres candidatos a ocupar la secretaría general del PSOE. Y mira que se ha traído y llevado en torno a este ‘mítin de la Once el día 11’, de alcaldes socialistas congregados en Madrid por Abel Caballero en torno a la presidenta andaluza: incluso se ha tratado de elevar al escándalo el hecho de que el alquiler del local haya costado ¡ocho mil euros!: no se cansan algunos de echar basura sobre la vida política, aunque sea esgrimiendo una cantidad ínfima por el alquiler de un local. A muchos les apasiona el detalle, la anécdota, y olvidan la categoría.
Lo que quiero decir es que los problemas y expectativas de la nación seguramente pasan por algunos temas que quedaron silenciados en estos actos, lo mismo que en el congreso que recientemente celebró Ciudadanos. Porque esta semana política registraba titulares sobre las sentencias del ‘caso Gúrtel’, que, eso sí que es un escándalo, llevaba casi ocho años instruyéndose. O sobre la comparecencia de Artur Mas para ser juzgado por su presunta desobediencia a los dictados del Tribunal Constitucional organizando (insisto: presuntamente) la votación de aquel 9 de noviembre de 2014. Para no hablar, claro, de lo que dicen las páginas de información internacional, que apasionan crecientemente a los interesados por una actualidad que no hay ya quien la entienda ni la embride.
Y ahí está, a mi entender, el quid de la cuestión: ni la corrupción pasada –afortunadamente no presente—, ni lo que ocurre y va a ocurrir en Cataluña, ni un análisis valiente de por dónde va a ir el mundo, ni otras cuestiones de importancia para el futuro, han sido apenas objeto de atención en estos cónclaves políticos de quienes dicen representarnos y aspiran a seguir haciéndolo.
Estamos en la ‘era Trump’, con viento huracanado de cambio y cambios, y aquí nos demoramos en analizar si son charranes o gaviotas, errejonistas o pablistas, susanistas o pedristas. Luchas –bueno, escaramuzas– por el poder y poco programa-programa-programa. Los partidos españoles tienen que acabar de consolidarse, darse a sí mismos unas estructuras y una dinámica acordes con los nuevos tiempos. Algo tiene que cambiar para que comience el Cambio: en la vecina Francia sin ir más lejos, millones de personas han participado en las primarias de la derecha y de la izquierda, involucrándose directamente en el proceso de las inminentes elecciones presidenciales.
Y mira que, aparentemente, han virado tantas cosas en España en el último año y medio, digamos en los últimos dos años…Sin que, en realidad, se haya producido la gran mudanza, la de las mentes de esa ‘clase política’, la de los catorce, veinte mil, que sigue sobrevolando sobre el resto de los españoles, no sé si como charranes, gaviotas o albatros, con estilos diferentes, sin duda, pero con el mismo lenguaje lejano. Hacerse con la ciudadanía, todo por la ciudadanía…pero sin que la ciudadanía participe. Porque la ‘España de los catorce mil’ cada vez representa menos a la de los cuarenta y cuatro millones.
A falta de saber cómo concluyen, este domingo, los congresos en marcha –bueno, el del PP presenta escasas incógnitas, claro–, yo ya me proclamo decepcionado. Han ganado, como era de prever, las mayorías silenciosas, la España fuera de los cónclaves: el viernes, tras haber pasado por uno de los dos congresos que he tenido que visitar este fin de semana, cenaba con un grupo de amigos, todos ajenos al periodismo y a la política. En ningún momento de la cena, llena de planes de futuro, risas y confidencias profesionales y personales, se habló ni del PP, ni de Podemos, ni de lo de Susana Díaz. Hay, me da la impresión, cansancio de todo esto; no han logrado que la ‘otra España’ se interese por lo que ellos, los de las otras tres Españas, hablan desde los atriles.
fjauregui@diariocritico.com
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