Toda guerra tiene sus interlocutores secretos; siempre hubo un embajador británico que hablaba del futuro, en medio de lo peor de la batalla, con un embajador alemán. La irresponsabilidad de la contienda no puede extenderse a hacer tabla rasa acerca de lo que ocurra una vez que se llegue a una paz, a un armisticio. Claro que no equipararé la ‘escaramuza catalana’ con guerra mundial alguna, porque aquí no hay más violencia que la por otra parte tan publicitada por la tele de la Generalitat, ni el ámbito se circunscribe más allá de lo autonómico, por mucho que los dirigentes políticos catalanes quieran, erróneamente, internacionalizar un conflicto del que Europa y Estados Unidos no quieren saber nada. Pero sí creo que es pertinente hablar de los ‘interlocutores subterráneos’, que tienen apenas este fin de semana para evitar que el estallido del pasado domingo se convierta en explosión atómica el lunes.
No sé quiénes son tales interlocutores, aunque sospechas albergo; posiblemente, como es lógico, nunca nos enteraremos de sus buenos o malos oficios. Pero tengo la sensación de que el suflé está bajando. O esa tentación, la de bajar los humos, al menos, existe, una vez que la alegre irresponsabilidad de la ‘fiesta’ del domingo empieza a pasar la factura: empresas y bancos que se marchan, expresión de preocupación máxima en la UE, el mayor de los mossos, Josep Lluis Trapero, junto a otros tres responsables de la algarada dominguera, entre ellos los responsables de la Assemblea y Omnium, ante la juez de la Audiencia Nacional. Y se escuchan muchas voces pidiendo responsabilidades penales para Puigdemont, persona física y dirigente político que, de concurrir otras circunstancias, habría tenido ya muy otro tratamiento por parte de los jueces.
La indignación que yo percibí en las calles de Barcelona el domingo ante las cargas policiales –qué mal planificado estuvo todo: ¿dónde se ha metido el coordinador del operativo, el coronel Pérez de los Cobos?—me parece que está dejando paso a una oleada de intensa preocupación. Es el vacío ante ese ‘y ahora ¿qué?’ obviamente no planificado por los falsos estrategas de la Generalitat, a los que falta talento para dar limpiamente un salto que resulta imposible e inconveniente a todas luces.
Y luego está la reacción ciudadana, de esa mayoría silenciosa que, como todos –los políticos ‘de Madrid’, los grandes empresarios y banqueros catalanes, tantos medios de comunicación–, prefirió mirar hacia otro lado, obviar el problema, anticipar que las cosas no serían llevadas hasta el extremo. Pero esa mayoría empieza a salir, con otras banderas que no son precisamente la estelada, a las calles, que hasta ahora parecían tomadas por la CUP; que, por cierto, ya está identificada por Junts pel Sí, y hasta por Podemos, como la principal enemiga del ‘procés’ independentista. Hay ruptura inminente entre las fuerzas que alentaron el falso –y tan falso: la de mentiras que se han oficializado—referéndum. Creo que la ciudadanía va siendo consciente de que una hipotética independencia la empobrecería, la aislaría y quizá, como diría Rajoy, con su tono sombrío, cosas peores.
Puigdemont y Junqueras serán dos enloquecidos, pero, sobre todo el segundo, no tontos. Saben que tienen que acudir a no sé qué mediaciones –ya digo: como si estuviésemos en la Segunda Guerra Mundial–, a un diálogo que ya llega tarde; hasta se permiten reprochar al jefe del Estado que, en su discurso de esta semana, tan importante, no invocase este diálogo. Ya es tarde para eso; lo primero es restaurar el orden democrático, normalizar la vida del Parlament, establecer la separación de podres, evitando que la señora Forcadell se inmiscuya en las decisiones del Ejecutivo…y, claro, romper con la CUP, a la que ya solo queda la acción callejera y las llamadas a la rebelión total, que no poco asustan al ‘botiguer’ medio que todos llevamos en el alma.
Veremos en qué para todo esto y si la ‘diplomacia del teléfono rojo’ sirve de algo. Lo que aún, pese a lo acostumbrados que nos tienen a las emociones fuertes, me sigue pareciendo imposible es que así, sin más ni más, vaya alguien el lunes a encaramarse al balcón de la independencia para “dar una patada en los collons a Rajoy”, como me dijo en cierta ocasión un relevante miembro del malhadado PdeCAT, que teóricamente sigue siendo el partido comandado por Puigdemont, vaya usted a saber. Menuda motivación, en todo caso, para ponerlo todo patas arriba: la patada testicular. Unos genios, vaya.
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