La España plurinacional…e invertebrada

Conviene releer a Ortega de cuando en cuando, especialmente en esos tiempos de crisis que, según la máxima ignaciana, aconsejarían no hacer mudanzas. Cierto que ‘La España invertebrada’ de Ortega y Gasset partía, en los no tan felices años veinte, del desánimo nacional ante la pérdida de la última colonia y, por tanto, partía de la conciencia de que el país, aquejado de todo tipo de nacionalismos y separatismos, se cuarteaba. Pero digo que hay que volver al adalid del novecentismo porque, tengo la impresión, debates a veces algo ignorantes sobre cuestiones que afectan a la esencia patria, como la plurinacionalidad, nos hacen ocasionalmente volver a pensar en ese país invertebrado, desalentado y despistado sobre su razón de ser que denunció el gran filósofo a partir de la enorme crisis de 1898.

Releer los artículos de 1920 sobre la situación catalana escritos por Ortega en ‘El Sol’ parecen hoy –cambie usted algunos nombres por otros—de rigurosa actualidad, aunque verdad es que lo que hoy ocurre en Cataluña, donde un preso gana elecciones y un fugado se autoerige en guardián de las esencias del fundamentalismo separatista, añade unos kilos de surrealismo a todo lo hasta ahora conocido. A veces uno no sabe qué más tiene que ocurrir en Cataluña, ese territorio en el que un partido como Esquerra Republicana ha protagonizado tantos desastres, incluido el de 1934, para que los ciudadanos reaccionen y levanten una voz más que airada: basta ya.

Los sondeos ‘oficiales’ en la Generalitat nos dicen que un 68 por ciento de los españoles prefieren el diálogo a la confrontación abierta, sea la de la mano dura de la derecha más intransigente o la de saltarse la Constitución de Torra y sus gentes. Y ese diálogo, dice una mayoría del 47 por ciento –obviamente, los porcentajes en Cataluña son diferentes–, tiene que ser, precisamente, dentro de los límites constitucionales. Difícilmente podrá Pedro Sánchez, suponiendo que se llegue a esa ‘mesa de negociación’ con ERC (y quizá con otros), saltarse esos límites, suponiendo que lo pretendiese, que no lo creo.

Pero empieza mal la cosa si quien se erige como portavoz oficioso, desde un aula universitaria, es quien se cree ya investido vicepresidente del futuro Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, si es que tal Gobierno sale adelante, que está por ver. De momento, Pablo Iglesias, lanzado por su cuenta una vez más –recuerden cuando fue, por libre, a ver a Junqueras a la cárcel–, ya ha empezado a hablar a su aire de plurinacionalidad, término que habría que precisar mucho más antes de lanzarlo así como así, a las ondas: está en juego el sustrato de España, ese país que algunos quieren, sin que sea del todo cierto, el más viejo de Europa. Otro gran tema en discusión, a estas alturas.

Y la cosa sigue mal si quien ha de negociar todo esto son gentes sin la formación suficiente, y pienso, para que nadie me acuse de ambiguo, en la socialista Adriana Lastra, como ejemplo más relevante. NO concibo cómo podría salir adelante esa ‘mesa negociadora’, que Esquerra quisiera casi ‘de Estado a Estado’ –suprema paradoja, gran locura–, con esos interlocutores que se sentarían en las sillas.

Figuro, desde luego, entre esa casi mitad de españoles que quieren un diálogo con el independentismo dentro de la Constitución, que es herramienta reformable, pero no prescindible. Pero ese diálogo ha de realizarse entre todas, todas digo, las fuerzas políticas, no dividiendo, en esa mesa que ERC quiere, a las dos Españas nuevamente, dejando al país cada día más invertebrado. No sé si la militancia del PSOE, de Unidas Podemos y hasta de Esquerra, en cuyas manos se quiere poner estos días el futuro de la nación, calibrará en toda su magnitud estas reflexiones: ¿hacia dónde llevan a España?

fjauregui@educa2020.es

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