La foto que no veremos

Dicen que no habrá testimonios gráficos del encuentro, este lunes, entre Juan Carlos I y Felipe VI en La Zarzuela. Como si el encuentro se limitase a ser un acontecimiento familiar entre un padre y un hijo presumiblemente distanciados por unas conductas irregulares del progenitor que podrían enlodar la impecable trayectoria de honradez del descendiente. Y no: el abrazo de reconciliación –o no, que eso se trata de ver—entre el actual monarca y quien fue jefe del Estado de España durante casi cuatro décadas y tras dos años de autoexilio –vamos a llamarlo así—, es un acto político, como se va viendo en la enorme polémica que ha suscitado, está suscitando, la estancia del llamado emérito en Sanxenxo.

Uno se ha proclamado siempre más bien monárquico que republicano, entendiendo que es preferible un poder moderador, ‘supra’ partidos, en un país definido por Bismarck como el más fuerte del mundo. Porque los españoles llevamos siglos intentado destruirnos unos a otros sin haberlo conseguido nunca, ironizaba el canciller de hierro. Imagine usted un presidente de la República del PP y un primer ministro del PSOE, por ejemplo. Sí, en otros países se ha logrado una convivencia pacífica y hasta fructífera en casos similares. Pero ¿aquí y ahora, en una nación en la que el pacto y el consenso brillan siempre por su ausencia?

Lo que ocurre es que a veces cuesta mantener esta fidelidad a la actual forma del Estado, a la vista de los errores de comunicación y de concepto que se evidencian cada día, para no hablar del controvertido espectáculo de Don Juan Carlos en Sanxenxo. Que ha dado pie a que desde quienes se proclaman republicanos, y alguno que se dice monárquico, y muchos indiferentes, se exija que el emérito dé explicaciones públicas sobre sus actividades irregulares, bien es verdad que hoy casi del todo perdonadas, por unas u otras vías, por la justicia.

No digo yo que Don Juan Carlos tenga que comparecer en rueda de prensa o en una comisión parlamentaria para responder a preguntas de tono e intencionalidad variados; no había sino que escuchar lo que los periodistas gritaban, sin obtener ni una mirada, cuando tuvieron oportunidad de acercar sus micrófonos al anciano que regresaba desde Abu Dabi. Pero sí digo que, al menos, puedan las cámaras tomar imágenes del reencuentro, enmarcado en la más absoluta anormalidad, no entre el padre y el hijo, sino entre el actual jefe del Estado y su predecesor, que no es pedir tanta transparencia, digo yo.

Y es que, insisto, una imagen vale más que cien titulares de prensa. Que se lo digan a Isabel Díaz Ayuso en su congreso madrileño triunfal. O a Pedro Sánchez, que ya tiene el marco en el que colocará su próximo abrazo, a menos de un mes vista, en su encuentro con Biden en la ‘cumbre’ de la OTAN en Madrid. O a Macarena Olona, que en el fondo está encantada con la publicidad extra que le da la torpeza de quienes le niegan su empadronamiento como candidata a las elecciones de Andalucía. Todo es cuestión de fotos en un mundo dominado por la imagen y la comunicación. La Zarzuela no puede perder la ocasión de controlar, desde la libertad de expresión más absoluta, la ‘photo opportunity’ que, qué remedio, se le brinda.

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